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18 septiembre, 2012

Primeras 2 semanas de voluntariado en Santa Cruz

1-15 de septiembre

Tras pasar una noche entera en el autobús (algo que empieza ser habitual en el viaje), a las 10 de la mañana entrábamos en la estación de autobuses de Santa Cruz, donde mi primo Gabriel nos estaba esperando con su eterna sonrisa para llevarnos a su casa, situada a unos 13 kilómetros de Santa Cruz. En ese primer trayecto pudimos comprobar de primera mano la locura de tráfico de la ciudad…

Gabriel (junto a su esposa Daniela) trabaja en una organización llamada Plataforma Solidaria, situada en el barrio de “Los Lotes”, uno de los más desfavorecidos de Santa Cruz. Su trabajo está centrado en niños con situaciones difíciles (y las de algunos de ellos, os lo podemos contar de primera mano, son realmente difíciles): disponen de una guardería, un comedor en el que dan varias comidas al día a cerca de 100 niños, actividades deportivas, labores de prevención (principalmente en el área de salud) y otras muchas actividades.

Santa Cruz de La Sierra, situada en el Oriente Boliviano, ha sufrido un crecimiento muy rápido, quizás demasiado, y ha dado lugar a unas grandes situaciones de desigualdad, que hemos podido comprobar día a día.

Durante las tres semanas que estaremos aquí con ellos, vamos a echar una mano como voluntarios en Plataforma Solidaria. En el momento de escribir esto ya llevamos dos (¡que se han pasado volando!), y podemos contaros sin lugar a dudas que han sido de las más bonitas y emotivas de todo el viaje.

Lo más bonito de todo es comprobar cómo estos niños, que muchas veces sufren unas carencias tremendas (tanto económicas como emocionales) contagian una alegría y unas ganas de vivir inmensas, y nos ofrecen un gran cariño.

Gracias a todos los niños, y sobre todo a Gabriel, Daniela y el resto de la organización. Sin lugar a dudas, si no existieráis, ¡habría que inventaros!

Y para todos vosotros que nos leéis, una pequeña petición: ¡Ayúdanos a ayudar!

9 septiembre, 2012

En Copacabana (pero no de Brasil)

27-31 de septiembre de 2012

El nombre “Copacabana” nos evoca largas playas de arena blanca en Brasil, cuerpos al sol y glamour; sin embargo en Bolivia, a orillas del lago Titicaca, hay otro Copacabana, que si bien no es tan conocido por el público en general, bien vale una visita, así que hacia allá nos dirigimos con nuestra amiga Olivia, que ya lleva más de una semana con nosotros.

Tras media horita de vuelo, llegábamos a La Paz (por segunda vez; no sería la última). Un taxi nos llevó a la estación de autobuses, y unos minutos más tarde salía el bus en dirección a Copacabana. Tres horas y media más tarde, con un pequeño trayecto en barca por medio, atravesando el ya mencionado lago, llegábamos a la ciudad. Esa noche era ya tarde, así que no había tiempo para mucho más: cena y a dormir: mañana sería otro día.

Para poneros en situación, el Lago Titicaca está considerado como el lago a gran altura (3.808 m sobre el nivel del mar) más grande del mundo. Cuenta con una superficie de 8.400 km2, y está repartido entre Bolivia y Perú (ambos países aseguran que su parte es el Titi, y la Caca para el otro). En el  lado Boliviano, cerca de Copacabana, se encuentra la Isla del Sol, donde según la mitología inca se tuvieron lugar la creación y el nacimiento del Sol, por lo que es un lugar muy sagrado, destino de muchos peregrinos.

En la tranquila ciudad de Copacabana viven más de 50.000 personas, y está llena de restaurantes (casi todos ellos sirven la tradicional trucha del lago Titicaca, cocinada de mil maneras). Descubrimos gracias a nuestro amigo Tripadvisor el “Condor & Eagle”, llevado por un peculiar irlandés afincado en Bolivia, que prepara todos sus cafés y platos con un gran esmero. Fuimos allí a desayunar todos los días, excepto el último porque estaba cerrado…

Como volvíamos a estar a gran altura tras la visita a Rurrenabaque, y escaseaba el oxígeno, fuimos poco a poco explorando la ciudad. La subida al cerro Calvario, desde el que se contempla toda la ciudad, y hay una buena vista del lago y la Isla del Sol nos llevó buena parte de la mañana.

Para visitar la Isla del Sol, tuvimos que madrugar un poco y tomar un barco que tardó cerca de dos horas y media. Nos dejó en la parte norte de la isla, desde la que pudimos contemplar la roca sagrada, lugar donde se inició la leyenda de la creación inca, y donde se puede contemplar (con mucha mucha imaginación) la cara de Viracocha. También hay una mesa de ceremonias, y una fuente con agua sagrada.

Desde allí se puede caminar por un bonito (y extenuante) camino hacia el lado sur, donde un barco nos llevó de vuelta a tierra firme (unque muchos viajeros pasan la noche en esta bonita isla, donde residen de forma permanente unas 3000 personas).

Y así, con algún que otro café helado, paseos por la ciudad y desayunos exquisitos concluyó nuestra visita al lado boliviano del lago Titicaca (cuando dentro de aproximadamente un mes crucemos a Perú visitaremos el otro lado, os contaremos cuál nos ha gustado más).

Ahora es momento de tomar un bus a La Paz (3 horitas), y unas horas más tarde tomar otro autobús hasta Santa Cruz de La Sierra (éste de 17 horas), donde vamos a pasar 3 semanas –record de permanencia en nuestro viaje- con Gabriel y Daniela, echando una mano como voluntarios en la ONG donde ellos colaboran, Plataforma Solidaria. ¡3 semanas sin hacer la maleta! Esto es vida 🙂 Os contaremos más noticias desde allí…

2 septiembre, 2012

En la jungla amazónica

21-27 de agosto de 2012

Cuando uno piensa en Bolivia, imagina llanuras de altiplano, montes andinos y llanuras extensas llenas de llamas. Sin embargo, un tercio de la superficie de Bolivia es selva amazónica. Nos decantamos por conocer la cuenca amazónica en Rurrenabaque, al Norte de Bolivia.

Desde La Paz decidimos tomar un vuelo de 35 minutos a Rurrenabaque, ya que la carretera no está en muy buenas condiciones. Un taxi nos llevó a los tres al aeropuerto, y allí descubrimos el avión más pequeño en el que hemos volado; sólo tiene dos filas de asientos, una a cada lado, y hay que agacharse para poder caminar. A pesar de nuestras dudas iniciales, y tras un vuelo agitado pero breve, aterrizamos en el aeropuerto de Rurrenabaque (Rurre para los amigos). El aeropuerto es poco más que una pequeña pista de asfalto (el resto es hierba), y una pequeña casita en la que recogimos nuestros equipajes.

Lo primero que hicimos, tras instalarnos en el hotel, fue buscar una compañía para hacer un tour por la selva, lo cual no es tarea fácil, ya que hay cerca de 30, y todas ellas ofrecen unas rutas similares. Al final nos decidimos por Mashaquipe, que aunque no era de las más baratas, parecía mostrar una buena preocupación por el medio ambiente y la ecología, además de unos buenos servicios. Se definen a sí mismos como una compañía de etno-eco turismo.

Dentro de los lugares a visitar cerca de Rurre, tenemos la selva, a cuya zona se la que se accede navegando a través del río Beni (dentro del espectacular parque Nacional Madidi, en el que se pueden encontrar más especies protegidas que en cualquier otro lugar del mundo), y que como su nombre indica tiene la vegetación propia de la jungla amazónica, y las pampas, una parte de flora más baja y sabanas pantanosas. Como estábamos interesados en ambas, nos decidimos por hacer un tour combinado, con 3 noches en la selva y 1 en las pampas.

A la mañana siguiente comenzó el tour; caminamos en el pueblo a la orilla del río donde un barco nos llevó hasta una pequeña aldea tradicional al borde del río, y donde pudimos degustar zumo de caña de azúcar y otros dulces locales. Después de eso llegábamos al que iba a ser nuestro hogar durante las 3 noches siguientes, situado a un par de horas en barco desde Rurre.  Nuestra cabaña la compartimos con más gente, estaba de hecha de paja y con suelo de tierra- afortunadamente los mosquiteros estaban en buenas condiciones. Allí comimos (una comida sorprendentemente deliciosa para estar en medio de la jungla, donde el agua se toma desde un arroyo cercano, y sólo hay electricidad unas horas al día, con generadores de gasolina), nos tomamos un pequeño descanso y partimos con nuestro guía a una excursión donde pudimos contemplar una colonia de una de las numerosas especies de loros (en el parque Madidi se pueden encontrar más de 1.100 especies de aves documentadas; además de ser uno de los ecosistemas más intactos del continente).

A la vuelta nos esperaba una copiosa cena, y tras acabar salimos en la oscuridad a contemplar unas tarántulas enormes que vivían peligrosamente cerca del lugar donde dormíamos, aunque por suerte nos contaron que no se suelen mover demasiado del árbol donde establecen su hogar. Esa noche dormimos como bebés, con los sonidos de la jungla como único ruido de fondo.

Al día siguiente partimos a una caminata por la jungla acompañados de nuestro guía, Rodolfo, quien era una enciclopedia viviente de la jungla. Conocía los nombres de todas y cada una de las plantas, además de sus propiedades medicinales (o venenosas). Era tanta información que hemos olvidado todos los nombres, pero vimos una planta que era un tinte natural (con la que habían teñido a un turista de pelirrojo), otra que una vez masticada deja la lengua anestesiada (cuando la probamos nos dejó la boca como tras una visita al dentista), otras alucinógenas, etc.

También pudimos ver varias especies de animales: monos, pájaros, cerdos salvajes (chanchos como los llaman allí), caimanes y toda una gran variedad de insectos de todas las formas y colores. De nuevo, nuestro guía no sólo conocía los nombres, costumbres y lugares donde frecuentan todos animales, sino que era capaz de identificarlos por el sonido. Pero no sólo eso: también era capaz de imitar sus sonidos: aún recordamos con estupor cuando imitó el sonido que hacen los caimanes, ¡y uno de ellos salió del río en ese momento (afortunadamente era uno pequeñito)!

La selva es un lugar que presenta una dicotomía curiosa: para el no iniciado es un lugar lleno de animales peligrosos, plantas venenosas y otros muchos elementos hostiles. Sin embargo, una vez se aprende a conocerla y respetarla, para la persona que se toma el tiempo necesario, es una fuente inagotable de recursos, y una auténtica farmacia capaz de curar cualquier enfermedad o resolver todos los problemas (¿no os parece una metáfora preciosa para la vida en general?). Son tantas las plantas con propiedades curativas que incluso –nos contaba Rodolfo- hay un estudio que va por muy buen camino para tratar el SIDA con uno de los árboles que crece en el parque.

Pasamos el día completo de caminatas por la jungla, aprendiendo a identificar plantas, observando animales y escuchando las historias de Rodolfo (tiene para escribir varios libros). Nuestra idea inicial era pasar la noche en mitad de la jungla, en una tienda de campaña, pero un chaparrón tropical nos acabó de quitar la idea.

El tercer día comenzó de nuevo con una caminata de 5h, seguida de una comida en mitad de la jungla. Para retornar a nuestra cabaña utilizamos un medio de transporte diferente: unos troncos atados entre sí hacían las veces de balsa, que podía dirigirse usando un palo. La suave corriente nos arrastró río abajo hasta llegar de nuevo al campamento, donde íbamos a pasar la última noche.

A la mañana siguiente, como diría Forrest Gump, las compuertas del cielo se abrieron, y comenzó a caer un diluvio tremendo. Tras el desayuno, nos montamos de nuevo en las barcas y volvimos a Rurre. En las oficinas de la compañía tomamos un jeep que nos llevaría, 3 horas más tarde al albergue de la zona de las pampas. Aquí conocimos a Amalia, una chica española que estaba de cooperante por la zona y que esperamos volver a ver en Santa Cruz. Tras una rápida comida, nos montamos a bordo de un barquito y salimos de exploración por el río, donde pudimos ver muy de cerca numerosos caimanes, capibaras (un extraño animal mezcla de rata y cerdo, que es –aprendimos gracias a la Wikipedia- el roedor más grande del mundo) y delfines.

Precisamente al llegar a un punto donde el río se hacía más grande, vimos unos 8 o 10 delfines que nadaban alrededor de nosotros. Estos delfines son unos animales curiosos: protegen a los humanos de caimanes y pirañas, así que una vez el guía nos volvió a asegurar que era seguro, y nos invitó a meternos al agua, tras mirar de reojo a los caimanes de la orilla, me lancé al río, ¡no podía dejar pasar esta oportunidad! Con la excusa del frío, el resto del grupo decidió quedarse en el barc Eso sí, una vez los delfines se marcharon, por si las moscas (más bien por si los caimanes) subí a la velocidad del rayo a la barca, e iniciamos el viaje de retorno.

Para nuestro último día, nuestro guía nos tenía reservada una amena a la par que inquietante actividad: recorrer una charca en busca de alguna simpática anaconda de varios metros de longitud. Tras ponernos las botas de agua, y recordarnos que a las anacondas no les suele gustar que los turistas las pisen, nos metimos en la charca, y durante casi dos horas fuimos en fila intentando avistar alguna que otra serpiente. Para decepción de nuestro guía, y alivio de algunas viajeras, no fuimos capaces de encontrar ninguna, y como no había tiempo para mucho más, regresamos al albergue, donde tras una rápida comida iniciamos el retorno a Rurre.

Aprovechamos esa última noche para comprar un vuelo de vuelta a La Paz (a última hora decidimos cambiar nuestra ruta), lavar ropa, tomar una ducha caliente (ya que en la jungla el agua venía directamente de un riachuelo) y cenar una pizza.

Tras un sueño reparador, y un retraso en el avión (a veces, cuando hay varios vuelos medio vacíos, cancelan algún vuelo y juntan a todos los viajeros en el siguiente vuelo), llegó el momento de volver de nuevo a La Paz, donde tomaríamos un autobús hasta Copacabana, a orillas del lago Titicaca. Pero como este post se ha alargado más de la cuenta, os contaremos el resto más adelante.

Como resumen de la aventura, ha sido algo espectacular y que tardaremos mucho tiempo en olvidar, aunque os confesaremos que todos estábamos contentos de volver a la civilización… Y como consejo para todos los que viajéis a Rurrenabaque y deseéis hacer alguno de los tours, os aconsejamos elegir una compañía que, aunque sea algo más cara, se preocupe por el medio ambiente y ofrezca un buen servicio (grupos reducidos, buena comida, etc.). ¡Mashaquipe tours altamente recomendada!

Precios medios:

Tour 4 noches jungla-pampas (todo incluído): 270 Euros

Vuelo La Paz – Rurrenabaque: 60 Euros

Noche de hotel en Rurrenabaque: 5 Euros/persona

Lavandería para 3 kilos de ropa llena de barro (y cosas peores): 3 Euros

A punto de subir al avioncito...

A punto de subir al avioncito…

Nuestra barca

Nuestra barca

Vista de la jungla desde un mirador

Vista de la jungla desde un mirador

Puesta de Sol en la jungla

Puesta de Sol en la jungla

Nuestro dormitorio en la selva

Nuestro dormitorio en la selva

Un árbol muy muy grande

Un árbol muy muy grande

Montando la balsa para el rafting

Montando la balsa para el rafting

Un capibara nos observa desde la orilla

Un capibara nos observa desde la orilla

Me pareció ver un lindo caimán...

Me pareció ver un lindo caimán…

Un refrescante bañito en el río

Un refrescante bañito en el río

Con el uniforme reglamentario para buscar anacondas

Con el uniforme reglamentario para buscar anacondas

Un simpático caimán

Un simpático caimán

En busca de la anaconda...

En busca de la anaconda…

29 agosto, 2012

Sucre y La Paz: las dos capitales de Bolivia

12 – 21 de agosto 2012

En todos los libros de geografía (o “Sociales”, como se llamaba en mi época de EGB) pone que la capital de Bolivia es La Paz. Lo que pocos saben, entre ellos nosotros hasta hace poco, es que realmente Sucre es su capital constitucional (y sede del órgano judicial), aunque La Paz es la sede de los órganos ejecutivo, legislativo y electoral. Y para liarnos aún más, la ciudad con más habitantes es Santa Cruz de La Sierra, uno de los centros económicos del país. ¡Todo un jaleo! En cualquier caso, los habitantes de Sucre no están muy contentos de que en 1898, La Paz fuera nombrada capital de facto, e incluso de habla de plantear un referéndum para volver a traer todos los órganos de gobierno a la ciudad…

Capitalidades aparte, llegamos a Sucre desde Potosí en un taxi compartido, y en menos de 3 horas estábamos en la ciudad. Era un domingo, día en que la ciudad está irreconocible puesto que apenas hay coches por la calle, y la mayoría de comercios y restaurantes están cerrados. No nos importó demasiado, porque gracias a eso descubrimos el restaurante “El Mirador”, situado en lo alto del cerro de la Recoleta; uno de los pocos que abren en domingo, y donde preparan unas abundantes y deliciosas pastas (también unos copiosos desayunos, aunque eso no lo descubriríamos hasta el último día).

Sucre es una ciudad agradable para pasear, cuyo centro con casitas bajas recuerda más a un pueblo que a una capital. Parece ser que también es un popular destino para aprender español, por lo que abundan las academias de idiomas. Y para nuestra sorpresa, también hay numerosos y deliciosos restaurantes y cafés.

Durante las 4 primeras noches, en las que nos quedamos en el hostal “La Dolce Vita”, nos dedicamos a recorrer a pie la ciudad, y visitar los lugares más turísticos: La Recoleta, la Casa de la Libertad, el mercado municipal, el museo de arte indígena, el convento de San Felipe Neri (desde cuyo campanario hay unas vistas impresionantes de la ciudad)…

Precisamente en este hostal conocimos a unos franceses que nos demostraron que nuestro viaje es de lo más normalito del mundo: ellos viajan durante 16 meses (el mismo tiempo que nosotros), desde Canadá a Buenos Aires, ¡en bicicleta y tienda de campaña! Pero, por si esto no sonaba lo suficientemente atrevido, os contamos la siguiente parte: la pareja viaja con 3 hijos, de 10, 8 y 6 años… ¡Ahí queda eso!

La última noche nos mudamos a casa de Doris, la madre de nuestra amiga Lilyan (a quien conocimos en nuestra estancia en La Palma), quien nos invitó a quedarnos con ella. ¡Muchas gracias por vuestra hospitalidad! Esos últimos días aprovechamos para ir a ver un espectáculo de baile folklórico en “Orígenes” (que curiosamente quedaba justo enfrente de casa de Doris), y al día siguiente, y ya que nuestro autobús no salía hasta la noche, fuimos al cine, algo que no hacíamos desde La India.

Campanario en San Felipe Neri

Campanario en San Felipe Neri

Una sueca en el mirador de la Recoleta

Una sueca en el mirador de la Recoleta

Claustro en el museo de la Recoleta

Claustro en el museo de la Recoleta

Pero todo lo bueno se acaba, y llegó el momento de tomar un nuevo autobús nocturno en dirección a La Paz. Los días antes hubo un bloqueo de carreteras, así que no estábamos seguros de que nuestro autobús saldría; afortunadamente el día antes, el bloqueo de carreteras (una manera común de reivindicación en Bolivia) terminó y nuestro autobús, esta vez con baño, salió en hora, y a las 8 de la mañana del día siguiente, con un frío tremendo (a pesar de que nos habían dado una manta), entrábamos en La Paz, a más de 4.000 metros de altura.

Los primeros días en La Paz aprovechamos para conocer el centro, el mercado de las brujas (donde uno puede conseguir cosas tan variopintas como fetos de llama), la plaza con su catedral… También nos hicimos aficionados al “café del mundo”, abierto por una chica sueca, y pudimos tomar las típicas bolas de chocolate del país nórdico.

El tercer día hicimos una excursión a la montaña “Chalcantaya”, a más de 5.000 metros de altura, pero como ese día nevó tuvimos que volver antes de lo previsto. La excursión terminaba en el pintoresco “Valle de la Luna”, donde la erosión ha dejado una multitud de formas curiosas sobre el terreno de arcilla.

Al día siguiente llegó nuestra amiga Olivia, a quien habíamos conocido en Calafate, y que había estado visitando Colombia y Ecuador. Con ella vamos a viajar los próximos días en Bolivia; ¡siempre es agradable ver caras conocidas!

Para evitarnos un mínimo de 20 horas en autobús por una carretera sin asfaltar, decidimos tomar un vuelo a Rurrenabaque (de sólo 35 minutos), donde vamos a pasar unos días en plena selva amazónica. No nos va a importar nada pasar un poco de calorcito, ¡ya va siendo hora!

Precios medios:

Cena y espectáculo en Orígenes (Sucre): 14 Euros

Autobús de Sucre a La Paz (12 horas, cama): 15 Euros

Superdesayuno en Sucre: 3,5 Euros

Feto de llama en La Paz: no se nos ocurrió preguntar

Excursión a Chalcantaya-Valle de la Luna: 12 Euros

Bola de chocolate: 70 céntimos

Chiflería en el mercado de las brujas

Chiflería en el mercado de las brujas

En el tejado de la iglesia de San Francisco

En el tejado de la iglesia de San Francisco

El tiempo no acompañó en la visita al Chalcantaya

El tiempo no acompañó en la visita al Chalcantaya

En el Valle de la Luna

En el Valle de la Luna

Valle de La Luna, La Paz

Valle de La Luna, La Paz

Plaza Murillo, en pleno centro de La Paz

Plaza Murillo, en pleno centro de La Paz

Con Olivia en la Plaza de San Francisco

Con Olivia en la Plaza de San Francisco

18 agosto, 2012

Potosí: la ciudad más alta del mundo

9-12 de agosto de 2012

Como la ciudad de Uyuni (que no el salar del mismo nombre) no tenía demasiadas atracciones para un viajero, al día siguiente, y tras un sueño reparador tomamos un autobús a Potosí. Era nuestro primer autobús en Bolivia, y habíamos oído por varias fuentes que los buses son famosos aquí por realizar largos recorridos sin realizar una sola parada para el baño, así que en el desayuno tomamos sólo un sorbito de té. No obstante, y para tranquilidad de los viajeros y lectores del blog preocupados por nuestras vejigas, os podemos contar que a las 3 horas aproximadamente hubo una parada para ir al baño (léase “detrás de un arbusto”); confiemos en que esto sea la norma en un futuro próximo.

Tras 5 horas de bonito paisaje montañoso, llegamos a Potosí, la ciudad considerada como la más alta del mundo (a más de 4.000 metros de altura), y origen de la expresión “esto vale un Potosí”. En efecto, al lado de la ciudad se encuentra el “Cerro Rico”, un monte donde se encuentran abundantes yacimientos de plata y otros minerales, que ha sido explotado desde el siglo XVI hasta la actualidad. Gracias a él, a finales del siglo XVIII, la ciudad era la más grande y rica de toda América Latina.

Debido a la gran altura, con la consiguiente falta de oxígeno, pasear por las empinadas calles de Potosí (¡y hasta subir las escaleras del hostal!) se convierte en una dura experiencia. Por suerte, ya veníamos de tierras altas en Uyuni y no sufrimos nada de soroche.

Potosí conserva aún muchos de los edificios coloniales de su época de esplendor: iglesias,  monasterios, viviendas y otras edificaciones, por lo que disfrutamos de varios paseos por el centro de la ciudad.

La principal atracción, por la que acuden la mayoría de los turistas, es una visita a las minas (que varios viajeros nos habían recomendado previamente), pero como a Hanna no le gustan los lugares estrechos, oscuros y llenos de polvo (y para rematar la faena, los guías hacen firmar a los visitantes a la mina un papel en el que el viajero acepta toda la responsabilidad en caso de “lesiones, enfermedad o muerte”), ella decidió una menos arriesgada visita a la Casa Nacional de la Moneda, mientras yo me aventuraba en las profundidades de la mina.

La excursión, que duró unas 5 horas en total (2 de ellas dentro de la mina), comenzó con una visita a una típica tienda donde los mineros se abastecen de casi todo su material, con una explicación (puramente teórica) del funcionamiento de la dinamita. Después continuamos hasta el “mercado del minero”, donde pudimos comprar algo de coca y refrescos como regalo para los mineros que nos encontraríamos bajo tierra. Es habitual que los trabajadores de la mina pasen horas sin comer nada, así que pasan la mayor parte del tiempo masticando coca (según nos contaba el guía, se ha estimado que los mineros gastan una media de un 13% de su sueldo en hojas de coca).

También tuvimos ocasión de visitar una planta de procesado de minerales, donde los mineros llevan lo que han extraído de la mina. Allí, en función de la cantidad y calidad del mineral, reciben su paga. Los guías (todos ellos antiguos trabajadores de la mina) nos contaban que cada minero trabaja de forma individual, decidiendo por sí mismo dónde excavar, y obteniendo una paga según el material extraído.

Y después de todas las explicaciones teóricas, llegó el momento de equiparse bien: nos prestaron unas botas de agua, un mono de trabajo no demasiado limpio y un casco con luz frontal, y nos llevaron a la entrada de la mina. Durante dos horas estuvimos caminando por los túneles, evitando las vagonetas y hablando con mineros, que compartieron con nosotros su bebida tradicional: alcohol de caña de azúcar de 96º, que por suerte los que nos cruzamos tomaban diluido con agua, y a los que tuvimos la ocasión de preguntar todas nuestras dudas, mientras ellos se tomaban su momento de descanso, y compartíamos con ellos refresco y hojas de coca. Entre las cosas más interesantes, nos contaba uno de ellos que en su mejor semana pudo conseguir unos 20.000 bolivianos (cerca de 2.400€), y en su peor, 50 (6€). Debido a que cada uno excava en lugares distintos, siguiendo su intuición, la paga varía de un mes a otro, pero en general, está bastante bien pagado (otra cosa es que las condiciones de trabajo no sean muy recomendables; muchos de ellos fallecen de enfermedades respiratorias tras pocos años trabajando allí).

También tuvimos oportunidad de sentarnos junto al “Tío”, representación de un diablo andino, al que los mineros realizan ofrendas variadas para que les ofrezca protección y suerte en la mina, y al que muchos de ellos aseguran haberse encontrado mientras trabajaban. Independientemente de su religión/creencias cuando se encuentran al aire libre, casi todos los mineros tienen un profundo respeto por “el Tío” cuando se encuentran dentro de la mina.

Dos horas más tarde, y mucho más sucios de lo que entramos, aparecimos por una de las salidas. Había sido una experiencia muy interesante, pero todos estábamos contentos de ver la luz del Sol de nuevo.

El resto del tiempo en Potosí aprovechamos para pasear por su centro histórico, tomar algún que otro café con leche (que resultó ser, para nuestra decepción, Nestcafé) y probar dulces típicos del lugar.

 

Precios medios

Tour por las minas: 12 Euros

Menú del día en un vegetariano: 2,4 Euros

Bolsa de palomitas de maíz: 12 céntimos

Bolsa de hojas de coca: 60 céntimos

 

Calles de Potosí

Calles de Potosí

Esto vale un Potosí!

El autobús era realmente caro: ¡vale un Potosí!

Cerro Rico

Cerro Rico

Vista de la ciudad desde el cerro

Vista de la ciudad desde el cerro

Mercado del minero

Mercado del minero

Mineros mascando coca

Mineros mascando coca

Entramos a la mina

Entramos a la mina

Los guías con "El Tío"

Los guías con «El Tío»

Soy minerooo...

Soy minerooo…

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3 agosto, 2012

20 cosas que hemos aprendido en 1 año de vuelta al mundo

Sí, ya es oficial. Un 3 de agosto de 2011 comenzaba nuestro viaje con el vuelo a Delhi. ¡Parece que fue ayer! Aquí os dejamos con algunas de las cosas que hemos aprendido en la “universidad del mochileo”.

 

Un 3 de agosto de 2011, a punto de iniciar nuestra aventura

Un 3 de agosto de 2011, a punto de iniciar nuestra aventura

Un año más tarde: más barba, menos kilos, y muchas experiencias acumuladas

Un año más tarde: más barba, menos kilos, y muchas experiencias acumuladas

 

1. El mundo es un lugar más seguro de lo que pensamos

A veces vivimos tan metidos en nuestro mundo, que pensamos que cualquier lugar que quede fuera de nuestras fronteras está lleno de peligros. ¡Nada más lejos de la realidad! Si bien es cierto que como viajeros tomamos ciertas precauciones, y aplicamos nuestro sentido común, no hemos tenido ningún problema de seguridad en ninguno de los 13 países que hemos visitado hasta la fecha. Os podemos asegurar que las calles de Delhi no son más peligrosas que las de Madrid.

 

2. No debemos hacer caso de las noticias

Para muestra, citamos aquí lo que dice nuestra guía de viajes de Colombia:

“Cuando se viaja a Colombia, es mejor olvidar todo lo que se ha oído de ella, sobre todo si la persona que lo ha contado ni siquiera ha pisado el país. A pesar de que se la ha demonizado durante décadas, en la actualidad es un destino seguro, accesible y emocionante, en el que uno encuentra todo lo que va buscando….” (Sudamérica para Mochileros, Lonely Planet)

¡No podríamos haberlo expresado mejor! Quizás porque las malas noticias “venden”, les prestamos una gran atención. Y sin embargo podemos asegurar que hay cientos de miles de buenas noticias que no aparecen en los medios de comunicación.

 

3. La mayoría de la gente es buena

“Sí, pero yo he oído que los de xxx/yyy/zzz son malos, les roban las chuches a los niños, y devuelven las cintas al videoclub sin rebobinar”. ¡No, no y no! La mayor parte de las personas con las que nos hemos cruzado, y han sido unas cuantas, tienen buenas intenciones, y sean de donde sean, hacen todo lo posible por ayudar a los viajeros (y a los suyos). Relacionado con esto, tenemos la siguiente…

 

4. No somos tan diferentes

Uno podría creer que viviendo en culturas/religiones/lugares tan distintos, deberíamos tener distintos objetivos en la vida. Según nuestra experiencia, nada más lejos de la realidad. La familia, los buenos momentos con los amigos, etc. son algo apreciado en todo el mundo, en lugares tan distintos aparentemente como India, Australia o Argentina.

 

5. No somos los únicos haciendo un viaje similar

Incluso a nosotros, que llevábamos varios años planeando esta vuelta a l mundo, nos ha sorprendido la cantidad de personas que durante 1/3/6 meses, un año, o incluso el resto de la vida, se dedican a recorrer el mundo, muchos sin rumbo fijo, y sin siquiera saber dónde van a vivir una vez acabado su viaje (si es que acaba).

 

6. Cualquiera puede hacer un viaje de estas características

Nos hemos cruzado con mucha gente que, al contarles sobre nuestro viaje, su primera respuesta es algo similar a “me encantaría hacer un viaje así, pero no puedo porque (insertar nuestra excusa favorita aquí)”. Si bien es cierto que un viaje así exige sacrificios (tanto antes como durante el viaje), y que hemos sufrido incomodidades que quizás para muchos sean inaceptables, hemos conocido a lo largo de este año a gente de 18 años, de más de 70, haciendo autostop para poder viajar, trabajando durante el viaje, durmiendo en tienda de campaña, estudiantes, parados, solteros, casados, divorciados… Lo que prueba, en nuestra opinión, que salir de viaje está al alcance de casi todos.

 

7. No estamos tan mal

Cada vez que miramos las noticias en España, la cosa pinta peor. El paro sube, la bolsa baja, la sobrina (¿o era prima?) de un tal riesgo se dispara… Dejadme que os cuente un secreto: A pesar de nuestros problemas, ¡SOMOS UNOS AFORTUNADOS! La mejor manera de darnos cuenta de esto es, sin duda alguna, salir de viaje y comprobar de primera mano las historias de otras personas. Lo cual nos lleva al siguiente punto…

 

8. A apreciar lo que tenemos

Cosas que damos por hecho, tan sencillas (o no) como electricidad, agua caliente, conexión a Internet, una variedad de comida, un baño limpio… Son lujos con los que millones de personas no pueden contar, y no es hasta que llegas a un hostal en la India, y tienes que ducharte con ayuda de un cubo y un jarro, cuando aprendes a valorar lo que tienes en casa. Y no sólo echas de menos tu ducha, sino también a tu familia y amigos, las principales razones (junto a la tortilla de patatas de mi abuela) que nos hacen ilusionarnos con la vuelta a casa.

 

9. No necesitamos mucho para viajar

Como dice nuestra amiga Damaris, con el pasaporte y la Visa se llega a cualquier parte. Como llevamos nuestra casa “a cuestas” como los caracoles, hemos tenido que seleccionar nuestro equipaje: un poco de ropa, una bolsa de aseo y un par de aparatejos han sido suficientes para un año. Y si hubiésemos sido un poco más estrictos, podríamos haber eliminado un par de kilos del equipaje sin problema…

 

10. Nuevas habilidades

Andábamos con la duda… ¿Qué tal quedará en nuestro Currículum “16 meses de viaje por el mundo”? Si bien a algunos entrevistadores les puede echar para atrás, os podemos asegurar que nuestras habilidades de negociación, planificación, comunicación, toma de decisiones, gestión de riesgos etc. han surgido una drástica mejoría.

 

11. La comunicación siempre es posible

Si bien alguna vez nos ha tocado señalar a una planta para indicar que queríamos verduras con nuestro arroz, o gesticular un poco, os podemos garantizar que el no disponer de un idioma común no es impedimento para comunicarse. Bien es cierto que facilita las cosas (y aquí en Sudamérica, con nuestro idioma común el español lo hemos comprobado), pero podéis tacharlo de la lista de excusas! Con cuatro palabrillas de inglés es suficiente para lanzarse a la aventura.

 

12. Es muy fácil hacer amigos

Nos ha sorprendido la cantidad de gente que deciden hacer un viaje de larga duración solos. Y lo de solos es un decir, porque iniciar una conversación entre viajeros es la cosa más fácil del mundo. Y como todos andamos necesitados de compañía, compartir un tramo del trayecto, cenas, excursiones y experiencias es algo más que habitual. Un consejo: si uno no quiere quebrarse la cabeza, la frase más recurrida es: ¿de dónde eres? Esas 3 palabras pueden dar lugar, y nosotros damos fe, a una larga amistad.

 

13. De vez en cuando, deja de lado la guía de viajes

Aunque nuestra “Lonely Planet” es como la Biblia, y nos costaría enormemente viajar sin ella, de vez en cuando viene bien dejarla de lado e improvisar. ¡Puede surgir toda una aventura!

 

14. No es tan caro como uno pensaría

Si uno elige con cuidado sus destinos, puede vivir por unos pocos Euros al día, más barato incluso que en nuestros propios países. Quizás haya que prescindir de algunos lujos, pero eso es parte de la aventura, ¿o no?

 

15. Internet está presente en (casi) cualquier sitio

Para alivio de un amante de la tecnología como yo, os podemos contar que en prácticamente todos los hostales en los que hemos estado tenían Internet. Y en los que no, había un cibercafé muy cerca. Como anécdota, hablando con un viajero que estuvo en una de las 10.000 islas en Laos, nos contaba que hace 2 años, cuando él fue, sólo había electricidad unas pocas horas al día… En nuestro caso, ¡teníamos hasta WiFi en el hostal!

 

16. Qué difícil es aprender el español

Esto se puede ver más fácilmente en este vídeo. ¡Qué dolor de cabeza!

 

17. Los mejores recuerdos no siempre salen de los lugares más turísticos

Si bien es cierto que hay lugares que uno no debe perderse por nada del mundo (léase el Taj Mahal, o Angkor Wat), a veces las mejores experiencias tienen lugar en un tren, un hostal o en un mercadillo.

 

18. Es necesario tomar un descanso de vez en cuando

Quizás no nos creáis, pero os lo podemos garantizar desde nuestra experiencia: ¡viajar es un trabajo duro! Coordinar la salida del autobús el martes con la excursión que sólo sale los viernes, buscar un lugar donde dormir (a ser posible libre de chinches), un sitio para comer, o la manera más económica de llegar de A a B requiere su tiempo, y da más de un dolor de cabeza. Es por eso que a veces hemos decidido tomarnos unos días de descanso en varios lugares, sin otra preocupación que buscar un sitio donde preparen el mejor café de la ciudad.

 

19. En todo el mundo han descubierto lo que le gusta a los mochileros

En cualquier lugar, sea el continente que sea, donde hay afluencia de mochileros, podrás encontrar un menú similar (cappuccinos, brownies, cerveza), papel higiénico, ropa “local” que ningún lugareño se pondría nunca, actividades variadas (cambian según la región, pero suelen incluír: cabalgatas, trekking, tirolina, subida a tal volcán/cañón/cima/monte…). En “backpackistans” tan variados como Chiang Mai (Tailandia), Dharamsala (India), Ubud (Bali), Pucón (Chile), Bariloche (Argentina), Queenstown (la gran capital de las actividades en  Nueva Zelanda) hemos podido dar fe de esto, y acompañar nuestro cappuccino de un buen brownie.

 

20. [En construcción]

Hemos pensado que 20 es un número más redondo, pero como a más de 3.000 metros de altura escasean el oxígeno y la inspiración, no hemos sido capaces de encontrar uno más. ¿Nos echáis una mano?

 

Estamos deseando oír (bueno, leer) vuestros comentarios: para todos los que nos leéis, ¿qué habéis aprendido en vuestros viajes?

1 julio, 2012

Visita relámpago a Uruguay (Montevideo y Colonia de Sacramento)

26-30 de junio de 2012

Ójala todos los pasos fronterizos fuesen tan sencillos como éste: por la noche, en el autobús, le dejamos nuestros pasaportes a la azafata, y al despertarnos por la mañana, nos los devolvió, sellados, junto con el desayuno. ¡Nada de colas, esperas o perros olfateando el equipaje!

En lugar de ir directamente a Buenos Aires, decidimos tomar un desvío para una toma de contacto inicial con Uruguay, país vecino de Argentina, pero mucho más pequeño. Como sólo teníamos 4 días, decidimos visitar la capital, Montevideo, y una de las ciudades más turísticas, Colonia de Sacramento.

Los dos países vecinos no son tan diferentes: comparten bastantes elementos culturales, además de esa forma de pronunciar la ‘y’ como si fuese una ‘sh’ (sssho me ssshamo Felipe). Se disputan entre ellos el nacimiento del tango y el dulce de leche (el taxista que nos recogió en la estación de autobuses de Montevideo insistió que no hay lugar a dudas, y que la posible confusión es producto de una buena estrategia de marketing por parte de los Argentinos). También los uruguayos son fanáticos del mate (yerba), con una pequeña diferencia: estos últimos van a todos lados con su termo de agua caliente! No es raro ver a personas de todas las edades en cualquier lugar con el termo en una mano y el mate (recipiente) en otra: los más preparados llevan una bolsa especial para transportar todo. Nota: tanto la yerba como el recipiente en el que se toman reciben el nombre de “mate”; la pajita con la que beberlo es la bombilla (bombisssha, que dirían aquí).

Montevideo es una ciudad tamaño medio (alrededor de 1,3 millones), de anchas avenidas, largas playas (aunque no era la temporada y la temperatura no acompañaba), parques y algunos edificios interesantes. En resumen, un buen lugar donde pasar un par de días agradables. Pero una de las cosas que más nos ha gustado es su afición por las meriendas, auténticos festines! Nosotros siempre pedimos la merienda para una persona, que era más que suficiente para los dos…

Hacía cinco meses (desde Bali, Indonesia) que no me cortaba el pelo, así que fui a una peluquería de Montevideo donde, por primera vez en mucho tiempo, no tuve problemas de comunicación con el peluquero. ¡Así da gusto!

Cuenta la leyenda que todo aquel que deje su candado en la llamada “fuente de los candados” volverá un día a Montevideo. Por desgracia, los candados para un mochilero son algo de lo que no se puede prescindir, así que no dejamos el nuestro; esperamos poder volver algún día en cualquier caso!

Junto al Atlántico en Montevideo

Junto al Atlántico en Montevideo

Merienda "para una persona"

Merienda «para una persona»

Centro de Montevideo

Centro de Montevideo

Fuente de los candados, Montevideo

Fuente de los candados, Montevideo

En la peluquería (ya era hora)

En la peluquería (ya era hora)

Tras dos días en el hostel Ukelele, donde tuvimos tiempo para ver la semifinal de la Eurocopa frente a Portugal, y de conocer a Stephen, que lleva viajando desde 1999 (con unas muy breves visitas a Inglaterra), nos marchamos hacia Colonia de Sacramento, probablemente la ciudad más turística de todo Uruguay, un destino muy popular para los porteños (habitantes de Buenos Aires), sobre todo en verano.

Esta pequeña ciudad cuenta con un centro histórico muy fotogénico, con calles empedradas, edificios antiguos y farolas estilo antiguo (en las que no pegan nada las bombillas de bajo consumo). Colonia fue fundada por los portugueses en 1680, y fue cambiando de manos sucesivamente, entre portugueses y españoles. Posee una ubicación estratégica, controlando la entrada al Río de la Plata.

En la zona del barrio histórico se concentran la mayoría de bares y restaurantes, así que hasta allí nos dirigimos para probar algunas delicias locales. Los uruguayos, al igual que los argentinos, son muy amantes de la carne a la parrilla, pero por suerte también cuentan con buen pescado, pasta, queso y vinos. Como anécdota, y dado que estuvimos en este país el 29 de junio, comentaremos que los 29 de cada mes es el “día de los ñoquis”. Debido a las penurias que en tiempos anteriores pasaba parte de la población para llegar a final de mes, cuando el 29, muchas familias sólo alcanzaban a estas alturas para preparar este plato, que se cocina con patata y harina. Así que muchos restaurantes han conservado la tradición, y sirven ñoquis cada 29 del mes (nos quedamos con la duda de qué pasará en febrero de los años no bisiestos). Nosotros anduvimos despistados, y pedimos unos ñoquis con verdura el 28, así que al día siguiente optamos por unas degustaciones de quesos y vinos locales.

Colonia de Sacramento está a únicamente una hora (en el barco rápido) de Buenos Aires, así que compramos el billete para el ferry que nos iba a llevar a la capital de Argentina. No contábamos con el mal tiempo, así que en el momento de escribir esto, nos encontramos en el puerto de Colonia esperando a que llegue el barco desde Buenos Aires, retrasado por la niebla. Como no tiene pinta de llegar en breve, es una buena excusa para tomar un café y gastar nuestros últimos pesos uruguayos…

Restaurante "Drugstore" en Colonia de Sacramento

Restaurante «Drugstore» en Colonia de Sacramento

Calle de los Suspiros

Calle de los Suspiros

Muelle en el centro histórico de Colonia

Muelle en el centro histórico de Colonia

Muelle en el centro histórico de Colonia

Muelle en el centro histórico de Colonia

Puerta fotogénica en la Calle de los Suspiros

Puerta fotogénica en la Calle de los Suspiros

Quesos y vino uruguayos

Quesos y vino uruguayos

29, día de los Ñoquis

29, día de los Ñoquis

 

Precios medios

Merienda supuestamente para una persona: 5 Euros

Corte de pelo en Montevideo: 5 Euros

Degustación de quesos y vino uruguayo para dos personas: 15 Euros

Ferry Rápido Montevideo-Buenos Aires: 30 Euros

 

 

24 junio, 2012

Pregunta para nuestros lectores: ¿Cuántas maravillas del mundo has visto?

Queremos hacer esta entrada un poco más interactiva, así que en lugar de escribir nosotros, ¡os preguntamos!

En la página http://www.hillmanwonders.com tenéis una lista de las que Howard Hillman, después de décadas de viaje, considera las 100 maravillas del mundo (por supuesto es algo subjetivo y totalmente discutible).

De la lista, llevamos vistas 40 (8 de ellas en este viaje); previstas para los próximos meses están el Machu Picchu (nº7), las Cataratas de Iguazú (nº 9), o el Amazonas  (nº 11).

¿Cuántas de ellas has visto? ¿Cuáles te gustaría visitar? ¿Echas alguna en falta? ¡Esperamos escuchar vuestra opinión! Deja tu comentario más abajo

En el Taj Mahal (número 3)

En el Taj Mahal (número 3)

17 junio, 2012

Últimos días en Patagonia: El Bolsón – Bariloche

5-15 de junio de 2012
Podemos confirmarlo: Argentina es un país muy muy grande! Desde el Calafate hasta El Bolsón tardamos 25 horas, ¡y ni siquiera habíamos llegado a la mitad del país! Menos mal que tenemos nuestros reproductores MP3 🙂
El Bolsón es un pueblo con un toque “hippie”. Es un municipio no nuclear, con muchos cultivos ecológicos y que ofrece un poco más de facilidades a dos pobres vegetarianos como nosotros. Además, coincidiendo con el día mundial del medio ambiente, celebraban varios ciclos de conferencias, debates, proyecciones, etc.
Alrededor del Bolsón hay numerosas rutas de senderismo (la mayoría se inician en el propio pueblo, lo que evita tener que tomar autobuses/taxis como ocurre en otros lugares). En los 6 días que nos quedamos (originalmente iban a ser 4), hicimos varias de las rutas. El Cerro Amigo (solamente a 2 kms del pueblo pero con vistas bastante buenas), La Cabeza del Indio (una formación rocosa que recuerda a una cabeza humana), Parque Nacional Lago Puelo, y la ruta estrella, el ascenso al cerro Piltriquitrón (Piltri para los amigos). Se llega a este pico por una subida (a veces muy empinada) de unos 15 kms. Las vistas son fantásticas, se ve todo el valle, luego “sólo” hay que bajar, y recuperarse de las agujetas al día siguiente.
Otra de las razones para alargar nuestra estancia fue el buen ambiente que había en el hostal “La Camorra”, que disponía de su buena colección de residentes habituales, y con los que hicimos buenas migas. También, aunque no “surfeamos su sofá”, Martín y Valeria nos invitaron a cenar una deliciosa cocina vegetariana.

Vistas desde el Piltri

Lo mejor de la excursión: el picnic en la cima

Con Milla subiendo el Piltri

Vistas desde el Cerro Amigo

Cabeza del Indio

En el parque nacional «Lago Puelo»

En casa de Martin y Valeria, una pareja que conocimos en el «couch»

Con uno de los residentes del Hostal La Camorra

Para llegar a Bariloche, nuestro siguiente destino, nuestro autobús tardó sólo 2 horas (un visto y no visto aquí). Bariloche es la ciudad más grande de la “Región de los Lagos”, que recibe visitantes todo el año por sus numerosas actividades al aire libre, y sus pistas de esquí en invierno.
La calle principal está llena de chocolaterías y cafés, así que no podíamos irnos sin probar un buen chocolate a la taza (que viene de perlas en un día de frío). Aprovechamos también para recuperarnos de un catarro en la calentita habitación del hostal “Periko’s”.
Cuando estábamos con más ganas de aire fresco, fuimos al cerro Campanario (con unas estupendas vistas de 360º de lagos y montañas), y después hicimos una ruta ligerita en el parque Llao Llao (“shao shao” como pronunciaría un argentino).
En el hostal aprendimos a preparar empanadas, plato típico de Argentina y otros países alrededor, así que estuvimos durante varias horas preparando el relleno, horneándolas y comiéndolas. Salieron más de 50, pero con ayuda del resto de viajeros, las comimos en una sola noche; una buena manera de hacer amigos!
Y con estas dos ciudades, abandonamos la Patagonia, y nos dirigimos a Mendoza, en la región de Cuyo, famosa por sus vinos. ¡Seguiremos informando desde allí!

Precios medios:
Autobús El Bolsón – Bariloche: 7 euros
Autobús Bariloche- Mendoza: 75 euros (19 horas)
Menú del día para dos en “El Vegetariano”: 25 euros
Habitación doble con baño en Periko´s: 25 euros
Café con leche y alfajor en El Bolsón: 2,5 euros

Árboles abrigaditos para el invierno


Vistas desde el Cerro Campanario


Hemos encontrado el Lago Escondido en el parque Llao Llao


Preparando las empanadas (vegetarianas por supuesto)

22 mayo, 2012

La Región de los Lagos, el viaje en autobús más largo por ahora, y el Fin del Mundo

8-20 de mayo de 2012

Desde Valparaíso tomamos (iba a decir “cogimos” pero aquí en Chile –al igual que en Argentina- hay que tener cuidado al utilizar esa palabra) un autobús nocturno, y tras 12 horas llegamos a Pucón, donde estaba diluviando, así que al llegar al hostal nos sentamos junto al fuego para reponernos.

Pucón es un pequeño pueblo lleno de cosas que hacer: volcanes, excursiones, parques naturales, deportes acuáticos, cascadas, baños termales… Y con un único restaurante vegetariano (el Ecole) al que acudimos casi todos los días. Uno de los días alquilamos unas bicis e hicimos una excursión a los ojos del Caburgua, donde al lado de unas estupendas cascadas nos comimos los bocatas. Al día siguiente hicimos una excursión a pie a la reserva de “El Cañi”, que nos dejó agujetas durante 3 días, aunque las vistas merecían la pena: desde lo alto del mirador se divisan 4 volcanes. Nos perdimos la excursión más típica de Pucón: la subida al volcán Villarrica, pero el mal tiempo (y su precio) nos hizo dejarlo para nuestra próxima visita.

En el hostal hicimos una cata de vinos chilenos, que sirvió como introducción a la cultura vinícola del país, y para confirmar que no somos grandes expertos en el tema: a partir del tercero (y había ocho) ¡todos nos sabían igual! A veces, en alguno fuimos capaces de detectar el sabor a especias o frutas, todo un logro (aún queda fuera de nuestro alcance detectar si es un Merlot o un Cabernet).

Vistas desde la cima del Cañi

Ojos de Caburgua

Vinos chilenos: los probamos todos

Laguna en el Cañi

La siguiente parada fue Valdivia, una ciudad moderna y universitaria, en la que nuestra amiga Heidi (a quien conocimos en Madrid algunos años atrás) nos acogió en su casa, y durante 3 días disfrutamos de su hospitalidad y de la de todos sus amigos chilenos, que nos llevaron a una típica parrillada chilena (por si no lo habíamos comentado ya, a los chilenos les encanta la carne), y probamos con ellos el cebiche, un plato hecho de pescado crudo, macerado con limón,  cebolla, pimiento y algunas especias, por el que Chile y Perú se pelean por su origen.

Una de las atracciones turísticas de la ciudad costera de Valdivia (o al menos una de las que más nos llamó la atención) fueron los lobos de mar (en España los llamamos leones marinos), que se pasan el día en la orilla rascándose y haciendo ruidos poco educados. No hay que acercarse demasiado a ellos: son muy pesados y pueden ser agresivos (nadie lo diría viendo la pachorra que tienen).

Con Heidi hicimos varias excursiones: a un pequeño pueblo de pescadores llamado “Niebla” (por favor, abstenerse de chistes fáciles), y la reserva natural Chaihuín, poco accesible (tuvimos que coger un barco y luego recorrerla en 4×4 debido al mal estado de los caminos), en la que estuvimos completamente solos. ¡Las vistas eran magníficas! Acabamos el día poniéndonos nuestras mejores galas y acudiendo al piso 12 del casino de Valdivia, el edificio más alto de toda la ciudad, y que dispone de unas vistas excelentes, ¡cuando no hay una niebla espesa!

Desde aquí, nuestro agradecimiento a Heidi, Diego, Pergentino, Fernando y compañía por su calurosa hospitalidad, hemos pasado unos días geniales con vosotros.

Playa en Chaihuin

Con Heidi y Diego en Chaihuin

Perezosos y ruidosos...

Menú típico chileno

Como todo lo bueno se acaba, o eso dicen, llegó el momento de despedirse, con destino Puerto Varas, una ciudad algo más al Sur, que también tiene su volcán, su lago y recibe una cantidad considerable de turismo (que no vimos, ya que estábamos en temporada baja).

Nos alojamos en el “Compass del Sur”, un hostal regentado por una pareja chileno-sueca que llevaban muchos años ya allí (hostal que probablemente hasta la fecha sea nuestro favorito en Chile). El tiempo no acompañó demasiado, así que no hicimos ninguna excursión (excepto a un bar donde preparaban unos cappuccinos bastante aceptables, sobre todo para un país donde el Nestcafé es la norma general).

En nuestras largas horas en el hostal conocimos a Vijya, una chica inglesa con la que compartimos cenas, vino chileno, castañas asadas y largas conversaciones. Como va a estar un año por Sudamérica, seguro que volvemos a encontrarnos en algún sitio (además tenemos que devolverle el iPod que se olvidó en el hostal)…

De Puerto Varas pasamos a la isla más grande de Chile, llamada Chiloé, un lugar remoto famoso por su mal tiempo (podemos dar fe que hace honor a su fama). Nos quedamos en Castro, la capital, famosa por sus casas construidas a la orilla del mar, llamadas “Palafitos” (nuestro hostal era precisamente uno de ellos). Sólo pasamos un día y medio aquí, y como el tiempo no acompañó, no hicimos gran cosa, aparte de recargar las pilas y prepararnos mentalmente para lo que nos esperaba: un viaje en autobús de 36 horas, que nos llevaría a Punta Arenas, en el Sur de Chile (las alternativas eran un viaje de 3 días en barco en compañía de rebaños de vacas o un vuelo caro). Como por el lado chileno no hay carretera, y la que circula en el lado argentino pegada a Chile (ruta 40) no es muy recomendable, y menos en esta época del año, el autobús cruza a Argentina, hasta llegar a la costa Atlántica, baja por ese lado y vuelve a entrar en Chile.

La iglesia alemana de Puerto Varas

Tomando un buen cappuccino con Vijya

Palafitos

El viaje empezó a las 7 de la mañana, con una breve parada en El Bolsón (Argentina) para cenar (en un restaurante en el que lo único que pudimos pedir que no llevara carne fue un plato de patatas fritas), y otra al día siguiente ya en Chile para comer. En cada paso fronterizo, nos pusieron un nuevo sello en el pasaporte, que ya se va llenando peligrosamente de sellos y visados, ¡esperemos no quedarnos sin hojas antes de volver!

En Punta Arenas, una vez llegamos (con el culo plano, 34 horas y media, y 5 películas más tarde), probamos una nueva experiencia: el Couchsurfing. Esta web pone en contacto a viajeros con gente local que ofrece su casa de forma gratuita. Nos acogieron Ivannia y Francisca en su casa, quienes nos dieron muestras de la hospitalidad chilena, con unas comidas deliciosas y un trato estupendo! Esperamos veros algún día en España J

Para la próxima visita a Chile dejamos el parque “Torres del Paine” (siempre hay que dejar una excusa para volver), del que todos los viajeros hablan maravillas, pero que en esta época del año hace un frío que pela, y los refugios están cerrados, así que la única posibilidad es dormir en una tienda de campaña, y con el frío que pasamos en las calles de Punta Arenas (y lo que nos espera en Ushuaia, en la Tierra de Fuego), tuvimos nuestra ración suficiente de bajas temperaturas y viento antártico.

Otra de las “atracciones turísticas” de Punta Arenas es el cementerio, en el que se pueden ver algunas tumbas espectaculares, y en el que descansan, además de los chilenos, inmigrantes de muchas nacionalidades (ingleses, italianos, alemanes, croatas…).

Nuestros días en Chile terminaron con una excursión a Fuerte Bulnes en compañía de Ivania, Marie y Richard. Tuvimos suerte e hizo un día estupendo! Es hora de coger un nuevo autobús, esta vez de “sólo” 13 horas que nos llevará a Ushuaia (Argentina), considerada como la ciudad más septentrional (al Sur) de toda la tierra, y conocida como “El Fin del Mundo”. Seguiremos informando desde allí.

De excursión con Ivannia, Marie y Ricardo

Fuerte Bulnes

Cementerio de Punta Arenas

Encerrados en Fuerte Bulnes

 

Precios:

Alquiler de bici/día en Pucón: 9 euros

Docena de empanadas de marisco en Valdivia: 4,5 euros

Viaje Valdivia- Puerto Varas: 6 euros

Habitación doble en hostal Compass del Sur: 38 euros

Cama en dormitorio compartido en Castro con desayuno: 15 euros

Viaje de Castro-Punta Arenas (36h): 52 euros

Taza de chocolate caliente buenísimo en Punta Arenas: 2,5 euros