Desde Shanghái, nuestra ruta continuaba hacia el norte y la Capital, Beijing, una metrópolis de más de 19 millones de habitantes. Aquí aprovechamos el excelente servicio de trenes de alta velocidad e hicimos el viaje de más de 1200 kms en menos de 5 horas (más tarde aprendimos que esta era una excepción y que lo normal para esa distancia eran unos 15 horas o más…).
Llegábamos a Beijing y ya sabíamos la marcha (¡todos las estaciones parecen exactamente iguales y el sistema de metro también!). Buscamos nuestro hostal que estaba bien escondido en un callejón en un barrio donde no había ni Starbucks ni SevenEleven. Pero el personal hablaba (un poco) de inglés! Aprovechamos esta ocasión excepcional y le interrogamos sobre las diferentes posibilidades de visitar la Muralla China. Lo puede hacer uno por su propia cuenta o contratar un tour que te recoja en el hostal. La segunda opción parecía más fácil. Y tours hay varios también; zonas más salvajes, zonas más turísticas, más cerca o más lejos de la ciudad… Una parte de la Muralla tenía hasta un tobogán! Al final elegimos un tour que incluía un poco de todo, no del todo salvaje ni tan turístico y fue un acierto. Después de reservarlo nos dimos un paseo por el centro, plaza de Tian´anmen incluida, y cena ligera en un mercadillo nocturno donde había bichos de todo tipo (escorpiones, tarántulas…optamos por algo que parecía más seguro: unos wontons).
Temprano el día siguiente ya estábamos montados en el autocar para ir a la Muralla. Con el tráfico de Beijing tardamos casi dos horas en llegar. Quizás porque escuchábamos historias de la Muralla desde niños, o por haberla vista en fotos o en referencias, o porque es lo que más relacionas con China… pero realmente entendimos por qué se considera una de las siete maravillas del mundo moderno.
Los 6000 km de Muralla no son continuos. Hay tramos que están protegidos de manera natural por ríos o precipicios, y hay muchos tramos que están en estado de ruinas. De hecho, hace tan solo unas décadas, no se le daba gran valor histórico e incluso cualquier persona podía ir a coger piedras para la construcción de sus casas, calles etc. Más tarde se dieron cuenta del gran potencial turístico y empezaron una restauración de algunos tramos.
Aquí vimos más extranjeros que en el resto de China combinada. Pero tampoco fue una exageración, y sorprendemente pocos chinos (y eso es decir algo!). El paseo por la Muralla fue fantástico… Íbamos subiendo cada vez más hasta llegar arriba de la montaña donde empezaba la Muralla en estado más salvaje. Por suerte, también nos acompañó el tiempo.
De vuelta a Beijing por la tarde, fuimos a un barrio conocido por sus “hutongs”, pequeños callejones al estilo tradicional. ¡Que diferente esto a Shanghái! Cómo dice nuestra amiga Damaris, un país de contrastes.
El día siguiente lo dedicamos al centro de la ciudad. Madrugamos bastante (o eso pensamos, pero los chinos madrugan más) para ver la plaza Tian´anmen de día y el Mausoleo de Mao. Para entrar en la plaza había que hacer cola y control de seguridad, y ya estando dentro de la plaza había que hacer otra cola y control de seguridad para entrar en el Mausoleo… Y esto con miles de turistas chinos. Hay que recordar que son 1/6 de la población mundial, y que la mayoría de la población viven en sus megaciudades en la parte este del país, y todos estaban de vacas en agosto… Bueno, lo podéis imaginar! La visita al Mausoleo fue en un abrir y cerrar de ojos ya que nos metían mucha prisa para pasar. Pero pudimos entender por qué el Maoismo se considera casi una religión.
Después fuimos a la Ciudad Prohibida, el complejo de palacios más grandes del mundo (cuántos superlativos en China!!). Se llama así porque en el tiempo de los emperadores la entrada era prohibida a los que no pertenecían a la corte (y el precio una decapitación), afortundamente ahora se puede entrar por unos 7 euros y conservar la cabeza en su sitio. El lugar es enorme y después de unas horas el calor y las multitudes casi habían acabado con nosotros, así que nos fuimos a un café con comida occidental recomendado en la Lonely.
Por la tarde nos acercamos con el metro al “Mercado de la Seda”. Con ese nombre me imaginaba un bazar tradicional al estilo de la ruta de la seda, estaba equivocada, jeje… Es un centro comercial de 5 plantas donde venden todo tipo de imitaciones. Tienen que pasar muchos españoles por allí porque todos los vendedores nos gritaban Balato, balato y Tacaña! (pero todavía no habían aprendido la frase popular entre los vendedores del bazar en Estambul : Calidad Corte Inglés, Precio de Mercadona!).
El último día en Beijing cogimos el metro al Palacio de Verano, un parque con un lago artificial enorme y varios pabellones y templos. Llegamos a las 9 en punto, cuando abrían, y la primera media hora había bastante poca gente.
Por la tarde vimos dos de los templos más importantes de Beijing (por suerte están uno al lado del otro), El Templo del Lama y el Templo de Confucio. El primero es un templo budista que alberga una estatua de Buda gigante de 26 metros, tallada de un solo tronco de árbol. El templo de Confucio es uno de los primeros del país (todas las ciudades tienen uno). Aunque el confucionismo no es estrictamente una religión, sino más bien una ideología o principios éticos, ha influido y sigue influyendo mucho sobre la sociedad china.
Nos queríamos despedir la última noche en Beijing con una cena típica del plato estrella de la capital, el pato laqueado (los dos vegetarianos comeríamos la guarnición ;), pero no tuvimos suerte… Por lo visto los restaurantes de reputación alguna cierran todos prontos, o por lo menos no fuimos capaces de encontrar uno abierto a las 21.30 de la noche. Improvisamos en un sitio que tenía marisco y no estaba mal. Cogimos el último metro (a las 23h) para el hostal y nos dimos cuenta que los chinos se recogen pronto aunque tengan vacaciones y sea viernes… Por primera vez el tren iba medio vacío!
Al final, en perspectiva, creo que habría estado bien otro día más en Beijing. Nos dejamos bastantes cosas sin ver! Pero ya teníamos los billetes comprados para ir en el tren rápido a Nanjing, una ciudad a unos 300 km al Norte de Shangai. “Sólo” tenía unos 4 millones de habitantes (vamos, casi un pueblo!). Probablemente no reciba mucho turismo extranjero (vimos dos extranjeros en los días que estuvimos aquí), y ni siquiera parecía en la guía de Damaris, aunque en la nuestra sí. Así que un poco nerviosos estábamos a ver que íbamos a encontrar. La ciudad nos pareció un cambio agradable. No tantas multitudes y muchos sitios para pasear. Por la noche paseamos al lado de un canal, las casas antiguas iluminadas con luces y farolillos… realmente mágico. Tuvimos un pequeño percance en el hostal. Cuando entramos nos miraban con una cara de sorpresa, a lo mejor era la primera vez que un extranjero pusiera pie dentro. Los jóvenes tras el mostrador no hablaban ni UNA palabra de inglés y se comunicaron con nosotros vía el traductor del móvil. Les enseñamos la reserva que habíamos hecho en Booking y nos escriben que “no tienen permiso para alojar a turistas extranjeros”. Habíamos leído en la guía que hay muchos sitios en China que sólo permite a alojarse los chinos, de hecho ahora entendemos que no necesitan a los extranjeros para nada porque con su propia población llena todos los hoteles que quieran. Pero habíamos dado por hecho que si un sitio está en Booking en inglés y no pone nada de restricciones, pues que no habría problema. Bueno, después de unas cuantas llamadas y de escanear todas las hojas de nuestros pasaportes, nos dan una habitación (de hecho, muy chula!). Ah, y nos preguntaron si estábamos casados… No sabemos si lo pudieron verificar de alguna manera…
Al día siguiente nos fuimos a ver el Nanjing Massacre Memorial Hall que conmemoraba a los 300 000 víctimas de Nanjing que murieron en un ataque de los japoneses en la segunda guerra mundial. En esa época, Nanjing era la capital de China y un punto estratégico para la invasión japonesa. Es un museo bastante macabro, pero interesante, y te hace pensar de lo que somos capaces los seres humanos…
Por la noche cenamos en un pequeño restaurante donde nadie hablaba inglés pero fueron la gente más amable que habíamos visto desde nuestra llegada (en general los chinos no son muy serviciales…). Les enseñamos el papelito de “vegetariano” y les dejamos elegir por nosotros. Estaba todo buenísimo!
A la mañana siguiente nos fuimos a la estación de autobuses (ya habíamos comprado los billetes nada más llegar de Beijing – como controlamos ya!) y nos montamos en un autobús que nos llevaría a Huangshan, en una zona montañosa en la región de Anhui, unos 300 km al sur.
Siguientes aventuras pronto…Solo podemos decir que tenemos las peores agujetas de gemelos que hemos tenido jamás!
PD: Bei significa Norte y Nan, Sur. Jing es capital.
PD2: A las familias chinas les encanta ir vestidos todos igual (y también a las parejas)! ¿Quizás para tener controlados a todos entre las multitudes? Estamos considerando seguir esta tendencia… ¿Que pensáis?
Por Pilar Iniesta:
Me ha encantado la foto de los «guardianes de la casa, en el tejado». Buscaré más información pero, de todas formas, me lo apunto para haceros muchas preguntas sobre ello psra cuando volvamos a vernos… Besos