De Huangshan a Guanzhou: Resto de la ruta por China
Un autobús de 4 horas nos llevó hasta Huangshan, que literalmente significa «Montaña Amarilla», un lugar mágico dentro de China. Esta montaña tiene un gran significado cultural e histórico para los chinos, y es un destino turístico muy popular. Existe la opción de pasar la noche en la parte de arriba, en un hotel con precio astronómico, o en el pueblo en la base, que fue la opción por la que nos decidimos nosotros.
El pueblo (por decir algo, ya que es poco más de dos calles) es una sucesión de restaurantes, supermercados y tiendas de souvenirs. No pasará a la historia como el pueblo con más encanto de China, pero fue agradable escapar de las ciudades chinas de millones de habitantes, así que no nos podemos quejar demasiado.
Habíamos leído en la guía que era importante madrugar para llegar pronto y evitar las largas colas, así que a las 6 en punto (hora en la que salía el primer autobús hacia el teleférico en la base de la montaña) estábamos en la pequeña estación de autobuses. Para nuestra sorpresa, ya había decenas de personas haciendo cola!
Al llegar a la base (poco más de 15 minutos en autobús) tomamos el teleférico, que nos llevó casi 800 metros más arriba, a lo largo de 2.800 metros de recorrido hasta una altura de casi 2000 metros. Ahí comenzó nuestra caminata, y nuestra decepción inicial, ya que las nubes cubrían toda la vista y no había casi visibilidad. Por suerte, algo más tarde comenzaron a despejarse algunas nubes y pudimos ver algo; las vistas eran realmente mágicas!
Nuestra caminata, montaña abajo, comenzó cerca de las 8 de la mañana y terminó cerca de las 4 de la tarde. Según el teléfono de Charlie, habíamos caminado 17 Km., que puede que no suenen a mucho, pero escaleras abajo se hicieron largos! Estuvimos los 3 días posteriores con agujetas…
Las vistas y el paseo fueron fantásticos; la única “queja” por nuestra parte es (como pasa en casi todos los lugares turísticos de China) la cantidad de gente que había, y es que hubo momentos en los que tuvimos que hacer cola (de hasta 1 h.) tan sólo para pasar por un sendero de la montaña. Quizás estaría bien si el gobierno chino limitase el número de visitantes al día, para ofrecer una experiencia más agradable… De momento han puesto un coste bastante alto para la entrada (unos 25€, y 10€ más cada viaje en teleférico), pero esto no parece desanimar a las hordas de chinos que acuden cada día a visitar la montaña…
A la mañana siguiente, sacamos nuestro lado flashpacker y decidimos tomar un taxi con destino a Tunxi, aprovechando para hacer una parada en el pequeño y pintoresco pueblo de Xidi, declarado patrimonio de la humanidad. A pesar de que la entrada costaba más de 10 Euros, tampoco desmotivó a los cientos de turistas chinos que acudían a visitar el pueblo.
Una vez hubimos visitado el pueblo y tomando las pertinentes fotografías, continuamos el viaje hasta Tunxi, un pueblo de unos 70.000 habitantes (minúsculo para estándares chinos). Nos alojamos en el Old Street, un hostal de verdad en el que el personal hablaba inglés, todo un lujo estos días, y una gran satisfacción para nosotros!
El highlight de Tunxi es su Old Street (Lao Jié), una calle con mucho encanto (y tiendas para turistas), que recuerda a la China que todos tenemos en mente: casas de madera, farolillos rojos colgando de las ventanas, tiendas de té…
Justo enfrente de nuestro hostal teníamos un restaurante que nos encantó: a pesar de que –para variar- nadie del personal hablaba inglés, los platos estaban expuestos en el mostrador, cada uno con un código, y para pedir sólo teníamos que apuntar el código en un papel. ¡Todo un lujo! La sepia y los cangrejos de río, ¡deliciosos!
Como habíamos oído que los trenes en China se llenaban rápido, aprovechamos para comprar los billetes de tren en la estación (a base de gestos, y gracias a la “chuleta” que nos habían apuntado en el hostal), todo un ejercicio de paciencia y expresión corporal: reto conseguido! Lo único, que ya no quedaban camas en ningún tren, y tendría que ser de la clase más baja (hard seat). Más adelante os contaremos nuestras experiencias en los trenes chinos, pero no adelantemos acontecimientos…
Ya que aparte de la Old Street, Tunxi en sí no tiene demasiado para visitar, a la mañana siguiente tomamos un taxi (de nuevo con un papelito que nos habían escrito en el hotel con los destinos que queríamos visitar, y utilizando la calculadora del móvil para negociar el precio) para visitar el pueblo de Hong Cun, donde se grabaron varias escenas de la película Tigre y Dragón, y un bosque donde se rodaron las escenas de lucha sobre bambús en la misma película.
También aprovechamos para visitar un fish spa. No sabemos si el tratamiento era efectivo, pero los peces hacían muchas cosquillas!
Esa misma noche tuvimos la cena de despedida (en nuestro restaurante favorito) con nuestros compañeros de viaje, que regresaban a España; toca viajar solos de nuevo!
Tras un día de relax, cappuccinos y postales, nos dirigimos a la región de Wuyuan, famosa por sus pueblos y paisajes. La “gracia” es que para visitar cada pueblo hay que pagar (y no es precisamente barato), así que elegimos uno de los pueblos (Little Likeng) y pasamos allí dos días completos, sin abandonar el pueblo por miedo a que nos volvieran a cobrar por entrar 😉
Aunque el pueblo se llena de turistas durante el día, cuando cae la noche y los grupos se marchan, queda una enorme tranquilidad, además de unas fotos preciosas. Aprovechamos esos días tranquilos para recargar las pilas y comer unos platos deliciosos que nos preparaba la dueña de nuestro hotel-restaurante (que a la vez era la casa donde vivía ella con su familia).
También comprobamos que los ríos en China pueden dar para mucho: desde lavar la ropa, hasta desplumar un pollo, pasando por preparar pescado, juegos para niños y, lo peor de todo, para pelar un animal que a día de hoy seguimos afirmando con casi total seguridad que era un perro. Esperamos que el agua para preparar la comida no viniese del río!
Por suerte habíamos cogido fuerzas, porque el viaje que nos esperaba más adelante no era moco de pavo: unos 1200 kms
1. Salimos a las 7 de la mañana del hostal, en taxi, destino a la estación de autobuses de la ciudad de Wuyuan (10 minutos)
2. Un autobús de 3,5 horas nos llevaba hasta la nada agradable ciudad de Nanchang.
3. Tomamos un taxi compartido desde la estación de autobuses a la de trenes en Nanchang (15 minutos). No recomendaremos ninguna visita a la estación de trenes, ni mucho menos a sus baños –y hasta ahí podemos leer sin herir la sensibilidad de los lectores.
4. Aproximadamente 3 horas más tarde salió el tren destino Guilin (desde las 3 de la tarde a las 6 de la mañana del día siguiente, unas 15 horas). Aquí aprendimos lo que significa la clase “hard seat” en China: una fila de asientos de 2 o 3 personas (en nuestro caso nos tocó de 3), sin respaldos abatibles ni ningún tipo de comodidad, en los que hay que hacer contorsionamos para encontrar una postura para poder dormir…La gente subiendo y bajando toda la noche, gente fumando, gritando a todas horas…
5. Como sardinas en latas, llegamos a la estación de trenes de Guilín. Diluviando, nos montamos en un autobús hacia Yangshuo (1 hora)
6. Un autobús local nos llevó hasta la otra punta de la ciudad (10 minutos)
7. En esa parada tomamos un minibús hacia nuestro destino final, Xinping (1 hora), llegando sobre las 10 de la mañana del día siguiente, toda una odisea, pero habíamos llegado! Eso sí, nos esperaba la noticia de que por unas reparaciones en el pueblo, habían cortado el agua en las habitaciones y no podríamos usar la ducha hasta la noche :-/
Aprovechamos los días en el pequeño pueblo de Xinping para relajarnos, hacer senderismo, montar en barca de bambú por el río Li, recorridos en bicicleta, tomar unas meriendas buenísimas (hasta scones!)…
Aunque tenemos un recuerdo maravilloso de Xinping (en el hostal, además de hablar inglés, preparaban unas pizzas en el horno de leña buenísimas), vivimos uno de los momentos más surrealistas y frustrantes del viaje. En el hotel nos habían recomendado una excursión, que comienza con un viaje en barco río arriba y a partir de ese punto el retorno se hace a pie, con la particularidad de que para seguir el sendero hay que cruzar el río 2 veces (en barco, no a nado, ya que es bastante ancho y con una fuerte corriente).
El hotel organizaba un tour, pero infundados por el espíritu ahorrador del buen mochilero, decidimos hacerlo por nuestra cuenta (en compañía de una pareja hispano-francesa que habíamos conocido la noche anterior tomando una pizza). Tras negociar el precio, el barquero nos llevó al punto más alejado del río (un viaje de 1 hora y media, muy recomendable)… Y ahí comenzó nuestro “calvario” particular. No había ningún sendero marcado, y absolutamente nadie hablaba inglés, así que sólo podíamos comunicarnos por señas. Nos llevó más de una hora deducir el punto en el que había que cruzar el río, pero el conductor del barco (que pasaba el día cruzando de una orilla a otra cada 20-30 minutos) no nos quiso llevar, haciendo un gesto de que le meterían preso si llevaba a extranjeros en su barco.
Intentamos negociar con la gente que tenía pequeños botes de bambú, pero o nos ignoraban, o nos querían llevar de vuelta, o nos pedían un precio desorbitado. ¡Nosotros sólo queríamos llegar al otro lado del río, un pequeño viaje de unos 150 metros! Desesperados, más de 2 horas más tarde, nos resignamos a coger un barco oficial que nos llevaría a la mitad del camino (por un precio superior al que habíamos pagado por el camino completo). Al acudir a comprar el billete, la chica nos señaló un letrero (por suerte se habían molestado en traducirlo al inglés) que ponía que durante 1 hora no salía ningún barco. Resignados, dimos un paseo por la zona, y cuando acudimos más tarde a comprar la entrada, nos negaban con la cabeza, insinuando que ya no quedaban billetes.
Sin entender lo que estaba pasando, una mujer se acercó a nosotros y nos dio a entender que ella podía conseguir billetes, que le pagásemos y la siguiéramos. No sabemos muy bien de dónde salieron esos billetes (¿mercado negro?), pero el caso es que nos entregó los billetes, y un barco de bambú nos llevó de vuelta, dejándonos a mitad de camino, desde donde volvimos a pie al pueblo, aún sin entender muy bien qué había pasado, habiendo pagado más del doble de lo que esperábamos, y con nuestra paciencia agotada…
Aparte de ese episodio, tuvimos suerte con el tiempo, y pudimos hacer varios paseos y unas bonitas fotos, recargando las pilas a tope, hasta dirigirnos (en otro tren de noche, en hard seat, más de 12 horas de viaje)a la que sería nuestra última parada en China: Guangzhou (también conocida como Cantón), una pequeña ciudad de 12 millones de habitantes, muy importante por tener una fuerte actividad comercial con el resto del mundo. Sólo estuvimos una noche en la ciudad, hasta dirigirnos al aeropuerto, con destino a Vietnam, el último país de estas vacaciones…
Este post se ha alargado más de lo previsto, así que os contaremos nuestras conclusiones tras un mes en China más adelante.
¡Gracias a todos por leernos!
P.D. No les habría venido mal una buena Roomba o iLife por allí
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