Salta y alrededores. La aventura continúa.
Nota: todo lo bueno se acaba, y la delegación criptanense retorna a tierras manchegas, así que este será la última entrada escrita por ellos… Sin más dilación, ¡os dejamos con su historia!
El día 17 llegamos al aeropuerto de Salta con 2 horas de retraso por mal tiempo, pero no nos importó, pues aprovechamos bien el tiempo con las clases de inglés y planeando la ruta que nos quedaba por delante. El taxista que nos llevó al hostal hizo también de guía turístico y nos contó todo lo que podíamos hacer por Salta, incluida su animada vida nocturna, con los “boliches bailables”, o lo que en España conocemos como discotecas. Después de dejar las maletas salimos a dar una vuelta por la ciudad, tan encantadora como caótica. La plaza 9 de Julio está siempre llena de vida, y la Catedral y la iglesia de San Francisco son muy llamativas. También dimos una vuelta por el mercado municipal, para empaparnos de los aromas salteños más profundos y terminar comiendo en el mismo mercado por un precio que en España sería ridículo y con una calidad bastante aceptable.
Al día siguiente madrugamos para hacer una caminata por San Lorenzo, un pequeño pueblo a unos 10 kilómetros de Salta al que llegamos en “colectivo”, y donde realizamos un “trekking” improvisado dirigido por el guía rural Manolo y un inesperado ayudante local (un perro que nos siguió todo el camino). Por la tarde regresamos al centro de la ciudad y tomamos el teleférico para subir al cerro de San Bernardo, desde el que se veían unas impresionantes vistas de toda la ciudad (hay que tener en cuenta que Salta tiene 600.000 habitantes y apenas se ven edificios de más de 2 plantas).
Para el jueves 19 teníamos reservada la gran sorpresa del viaje. El regalo que nos hicieron por reyes Elena y Manolo, el Tren a las Nubes. Es un tren turístico que presume de ser uno de los más altos del mundo. Una atracción que no sólo encantará a los “amigos del Ferrocarril”, pues el viaje, aunque se hace un poco largo, está lleno de animación. El personal se vuelca en que todos los viajeros lo pasen bien. Hay música regional, explicaciones de la historia de Salta, de la puna, y del propio tren. Fueron 16 horas de tren con sólo dos paradas de 20 minutos. La primera en el espectacular viaducto de la polvorilla, a 4.200 metros de altitud, donde notamos los primeros síntomas del apunamiento, o mal de altura. Y la siguiente parada, ya a la vuelta, en San Antonio de los Cobres. El viaje de vuelta fue más tranquilo, con unas partidas de cartas, una peli y un poco de ambientación por parte de un dúo de guitarra y saxo. Llegamos a las 11 de la noche con pocas ganas de boliches, y nos fuimos directos al hostal para descansar.
El viernes fuimos a recoger los coches de alquiler, muy necesarios para conocer la región de Salta, pues su verdadero encanto reside en los pueblos de alrededor. Salimos directos a Cafayate, al sur de la provincia, aunque el viaje fue más largo de lo esperado. A mitad de camino entramos en la Quebrada de Cafayate, donde los paisajes llegan a dejarte sin palabras. Teníamos que parar cada pocos metros a contemplar las vistas y a hacernos las correspondientes fotos. Paramos en la Garganta del Diablo (la segunda del viaje), en el anfiteatro, y en unas cuantas más, cada cual más espectacular que la anterior. Y por la tarde llegamos al hostal París-Texas, uno de los favoritos del viaje, muy hogareño, con fuego en las habitaciones y ventana en el techo para contemplar las estrellas. Después de un paseo por el pueblo contemplando los puestos de artesanía y productos típicos, fuimos a cenar a la Peña, donde disfrutamos de un espectáculo de música regional compuesto por chacareras y aro-aros (pequeñas rimas populares cargadas de sátira). Para la cena pudimos probar la cazuela de cabrito, además de la cerveza artesana local y el vino de Cafayate. Los pobres vegetarianos se conformaron una vez más con pasta con tuco y algunas papas.
Al día siguiente salimos rumbo a Cachi, pero la ruta se nos hizo más larga de lo previsto una vez más. No contábamos con que lo que en el mapa aparece como “camino consolidado” es en realidad un carreterín de tierra y piedras de más de 100 kilómetros a 40 por hora. Aunque la belleza del paisaje le restó importancia a las deficientes infraestructuras argentinas. Esta circunstancia nos hizo dejar Cachi para el día siguiente, y quedarnos en Seclantás, pequeño pueblo de 300 habitantes, donde teníamos reservado el hostal. Dio la casualidad de que se celebraban las fiestas del Carmen y en las afueras del pueblo había un espectáculo de doma de caballos salvajes. También pudimos conocer al padre Alfredo, cura del pueblo, español, y que lleva casi 40 años ejerciendo en esta pequeña localidad.
El domingo 22 abandonamos el sur de la provincia, no sin antes hacer las correspondientes paradas en Cachi y en el Parque Nacional de los Cardones, donde se cuida que esta especie de cactus que llegan hasta los 10 metros de altura siga adornando los paisajes del norte argentino. La siguiente parada en nuestro viaje era San Salvador de Jujuy, capital de la provincia de Jujuy, la más pobre de Argentina, cosa que comprobaríamos más adelante. En esta ciudad nos alojamos en el hotel Augustus, pues los mochileros también necesitamos de vez en cuando una buena habitación de hotel con un baño calentito. San Salvador de Jujuy da mucha más impresión de ciudad que Salta, aunque es más pequeña y pobre.
Al día siguiente hicimos un pequeño recorrido por el centro de la ciudad y salimos dirección a Tilcara, pueblecito norteño con un ambiente hippy muy peculiar a 3.100 metros sobre el nivel del mar, y donde pudimos observar los efectos del apunamiento o soroche (mal de altura) en una de nuestras viajeras. La pobre Ele sufrió unos pequeños mareos, que se le calmaron al probar el té de coca, infusión que toman los lugareños para superar este malestar. El resto de la expedición fue a visitar la Pucará, unos restos de murallas indígenas. Y por la tarde tomamos una rica merienda en “El Mate”, una pequeña cafetería con mucho encanto en el centro del pueblo.
El martes salimos con los coches hacia el norte para ver los pueblos más cercanos a Bolivia, y donde pudimos comprobar la diferencia con el resto de la Argentina. En cada sitio que parábamos, ya fuese a tomar algo o simplemente a fotografiar el paisaje, había unos niños pidiéndonos “una ayudita” a cambio de cuidarnos los coches, o fotografiarles con sus cahorros de llama o de oveja. La parada obligada era en Humahuaca, donde además de unas vistas muy bonitas, había un mercado con mucho colorido, y una iglesia en la que a las 12 en punto de la mañana salía una imagen de San Francisco que bendecía a todos los turistas expectantes. En este pueblo tuvimos que hacer guardias para proteger los coches, pues aunque no llevábamos nada de valor, no queríamos devolverlos a la agencia con alguna cerradura rota, y la calle, aunque muy cercana a la plaza, se antojaba peligrosa. Esa tarde cuando volvimos a Tilcara también tomamos una rica merienda-cena en un pequeño y escondido café con estanterías llenas de libros y buena música ambiental.
El día 25 empezó el viaje vuelta, y la nostalgia empezaba a hacerse notar. Tuvimos que madrugar para entregar los coches de alquiler en Salta, a unos 200 kilómetros de Tilcara, antes de las 12 del mediodía. Nuestro espíritu aventurero nos llevó a tomar el camino más corto, en lugar de la autopista de peaje, y eso nos hizo vivir una inesperada aventura más. El camino más corto resultó ser una angosta carretera llena de curvas, gallinas, vacas y demás animales autóctonos. Aunque conseguimos nuestro objetivo y pudimos entregar los dos Chevrolet en la oficina antes de la hora, y con menos daños de los que pudieron haber sido, pues en estos 5 días les metimos más caña que algunos pilotos de rally (más de 1000 kilómetros, la mayoría por caminos de tierra y piedras). Después de dejar los coches llegamos al último hostal que compartiríamos con los mochileros, y nos fuimos a comer a la Casa de Güemes, donde además de disfrutar de espectáculo de chacareras, aprendimos algo más de la historia de Salta. La tarde fue tranquila con unas partidas de cartas y unos ratitos en Facebook, después de 5 días sin internet, o con señal muy deficiente.
Y así llegamos al último día que pasamos con nuestros queridos guías Raúl y Hanna, a los que abandonamos con mucha tristeza, pero más tranquilos, al haber conocido más de cerca su vida de mochileros. No tenemos palabras para agradecerles el viaje que nos han organizado, en el que incluso, cuando algo no salía del todo bien, luego se arreglaba, pues como dijeron en la película de ayer en el avión, al final todo sale bien, y si no sale bien, es que no era el final.
Este último día volamos los 4 solos hacia Buenos Aires, donde fuimos recibidos por un gran anfitrión, en todos los sentidos. Julián nos hizo un recorrido por la capital federal que ni los mejores operadores turísticos podrían ofrecer. Y es que nadie mejor que un porteño orgulloso de su patria y su ciudad para enseñarnos lo mejor de ésta. Y para redondear la noche pudimos disfrutar de una riquísima cena en compañía de toda su familia, a los que queremos agradecer su hospitalidad y su cariño. Un abrazo muy fuerte para Julián, Graciela, Nico, Agus, Juli, los pequeñines, y también a los que no pudieron asistir. Fue una noche muy agradable.
Quiero pedir perdón en nombre de Hanna y Raúl si este post ha sido más largo de lo habitual, pero se nos han juntado tantos días, tantas anécdotas y tan poco tiempo para escribir, que no podemos sintetizarlo de otra manera.
Y ya estamos de vuelta en Campo de Criptana, después de 20 días, 5 vuelos, más de 1.000 kilómetros en coche, muchas medialunas, y sobretodo un montón de aventuras que contar, y de buenos momentos para no olvidar.
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