21-27 de agosto de 2012
Cuando uno piensa en Bolivia, imagina llanuras de altiplano, montes andinos y llanuras extensas llenas de llamas. Sin embargo, un tercio de la superficie de Bolivia es selva amazónica. Nos decantamos por conocer la cuenca amazónica en Rurrenabaque, al Norte de Bolivia.
Desde La Paz decidimos tomar un vuelo de 35 minutos a Rurrenabaque, ya que la carretera no está en muy buenas condiciones. Un taxi nos llevó a los tres al aeropuerto, y allí descubrimos el avión más pequeño en el que hemos volado; sólo tiene dos filas de asientos, una a cada lado, y hay que agacharse para poder caminar. A pesar de nuestras dudas iniciales, y tras un vuelo agitado pero breve, aterrizamos en el aeropuerto de Rurrenabaque (Rurre para los amigos). El aeropuerto es poco más que una pequeña pista de asfalto (el resto es hierba), y una pequeña casita en la que recogimos nuestros equipajes.
Lo primero que hicimos, tras instalarnos en el hotel, fue buscar una compañía para hacer un tour por la selva, lo cual no es tarea fácil, ya que hay cerca de 30, y todas ellas ofrecen unas rutas similares. Al final nos decidimos por Mashaquipe, que aunque no era de las más baratas, parecía mostrar una buena preocupación por el medio ambiente y la ecología, además de unos buenos servicios. Se definen a sí mismos como una compañía de etno-eco turismo.
Dentro de los lugares a visitar cerca de Rurre, tenemos la selva, a cuya zona se la que se accede navegando a través del río Beni (dentro del espectacular parque Nacional Madidi, en el que se pueden encontrar más especies protegidas que en cualquier otro lugar del mundo), y que como su nombre indica tiene la vegetación propia de la jungla amazónica, y las pampas, una parte de flora más baja y sabanas pantanosas. Como estábamos interesados en ambas, nos decidimos por hacer un tour combinado, con 3 noches en la selva y 1 en las pampas.
A la mañana siguiente comenzó el tour; caminamos en el pueblo a la orilla del río donde un barco nos llevó hasta una pequeña aldea tradicional al borde del río, y donde pudimos degustar zumo de caña de azúcar y otros dulces locales. Después de eso llegábamos al que iba a ser nuestro hogar durante las 3 noches siguientes, situado a un par de horas en barco desde Rurre. Nuestra cabaña la compartimos con más gente, estaba de hecha de paja y con suelo de tierra- afortunadamente los mosquiteros estaban en buenas condiciones. Allí comimos (una comida sorprendentemente deliciosa para estar en medio de la jungla, donde el agua se toma desde un arroyo cercano, y sólo hay electricidad unas horas al día, con generadores de gasolina), nos tomamos un pequeño descanso y partimos con nuestro guía a una excursión donde pudimos contemplar una colonia de una de las numerosas especies de loros (en el parque Madidi se pueden encontrar más de 1.100 especies de aves documentadas; además de ser uno de los ecosistemas más intactos del continente).
A la vuelta nos esperaba una copiosa cena, y tras acabar salimos en la oscuridad a contemplar unas tarántulas enormes que vivían peligrosamente cerca del lugar donde dormíamos, aunque por suerte nos contaron que no se suelen mover demasiado del árbol donde establecen su hogar. Esa noche dormimos como bebés, con los sonidos de la jungla como único ruido de fondo.
Al día siguiente partimos a una caminata por la jungla acompañados de nuestro guía, Rodolfo, quien era una enciclopedia viviente de la jungla. Conocía los nombres de todas y cada una de las plantas, además de sus propiedades medicinales (o venenosas). Era tanta información que hemos olvidado todos los nombres, pero vimos una planta que era un tinte natural (con la que habían teñido a un turista de pelirrojo), otra que una vez masticada deja la lengua anestesiada (cuando la probamos nos dejó la boca como tras una visita al dentista), otras alucinógenas, etc.
También pudimos ver varias especies de animales: monos, pájaros, cerdos salvajes (chanchos como los llaman allí), caimanes y toda una gran variedad de insectos de todas las formas y colores. De nuevo, nuestro guía no sólo conocía los nombres, costumbres y lugares donde frecuentan todos animales, sino que era capaz de identificarlos por el sonido. Pero no sólo eso: también era capaz de imitar sus sonidos: aún recordamos con estupor cuando imitó el sonido que hacen los caimanes, ¡y uno de ellos salió del río en ese momento (afortunadamente era uno pequeñito)!
La selva es un lugar que presenta una dicotomía curiosa: para el no iniciado es un lugar lleno de animales peligrosos, plantas venenosas y otros muchos elementos hostiles. Sin embargo, una vez se aprende a conocerla y respetarla, para la persona que se toma el tiempo necesario, es una fuente inagotable de recursos, y una auténtica farmacia capaz de curar cualquier enfermedad o resolver todos los problemas (¿no os parece una metáfora preciosa para la vida en general?). Son tantas las plantas con propiedades curativas que incluso –nos contaba Rodolfo- hay un estudio que va por muy buen camino para tratar el SIDA con uno de los árboles que crece en el parque.
Pasamos el día completo de caminatas por la jungla, aprendiendo a identificar plantas, observando animales y escuchando las historias de Rodolfo (tiene para escribir varios libros). Nuestra idea inicial era pasar la noche en mitad de la jungla, en una tienda de campaña, pero un chaparrón tropical nos acabó de quitar la idea.
El tercer día comenzó de nuevo con una caminata de 5h, seguida de una comida en mitad de la jungla. Para retornar a nuestra cabaña utilizamos un medio de transporte diferente: unos troncos atados entre sí hacían las veces de balsa, que podía dirigirse usando un palo. La suave corriente nos arrastró río abajo hasta llegar de nuevo al campamento, donde íbamos a pasar la última noche.
A la mañana siguiente, como diría Forrest Gump, las compuertas del cielo se abrieron, y comenzó a caer un diluvio tremendo. Tras el desayuno, nos montamos de nuevo en las barcas y volvimos a Rurre. En las oficinas de la compañía tomamos un jeep que nos llevaría, 3 horas más tarde al albergue de la zona de las pampas. Aquí conocimos a Amalia, una chica española que estaba de cooperante por la zona y que esperamos volver a ver en Santa Cruz. Tras una rápida comida, nos montamos a bordo de un barquito y salimos de exploración por el río, donde pudimos ver muy de cerca numerosos caimanes, capibaras (un extraño animal mezcla de rata y cerdo, que es –aprendimos gracias a la Wikipedia- el roedor más grande del mundo) y delfines.
Precisamente al llegar a un punto donde el río se hacía más grande, vimos unos 8 o 10 delfines que nadaban alrededor de nosotros. Estos delfines son unos animales curiosos: protegen a los humanos de caimanes y pirañas, así que una vez el guía nos volvió a asegurar que era seguro, y nos invitó a meternos al agua, tras mirar de reojo a los caimanes de la orilla, me lancé al río, ¡no podía dejar pasar esta oportunidad! Con la excusa del frío, el resto del grupo decidió quedarse en el barc Eso sí, una vez los delfines se marcharon, por si las moscas (más bien por si los caimanes) subí a la velocidad del rayo a la barca, e iniciamos el viaje de retorno.
Para nuestro último día, nuestro guía nos tenía reservada una amena a la par que inquietante actividad: recorrer una charca en busca de alguna simpática anaconda de varios metros de longitud. Tras ponernos las botas de agua, y recordarnos que a las anacondas no les suele gustar que los turistas las pisen, nos metimos en la charca, y durante casi dos horas fuimos en fila intentando avistar alguna que otra serpiente. Para decepción de nuestro guía, y alivio de algunas viajeras, no fuimos capaces de encontrar ninguna, y como no había tiempo para mucho más, regresamos al albergue, donde tras una rápida comida iniciamos el retorno a Rurre.
Aprovechamos esa última noche para comprar un vuelo de vuelta a La Paz (a última hora decidimos cambiar nuestra ruta), lavar ropa, tomar una ducha caliente (ya que en la jungla el agua venía directamente de un riachuelo) y cenar una pizza.
Tras un sueño reparador, y un retraso en el avión (a veces, cuando hay varios vuelos medio vacíos, cancelan algún vuelo y juntan a todos los viajeros en el siguiente vuelo), llegó el momento de volver de nuevo a La Paz, donde tomaríamos un autobús hasta Copacabana, a orillas del lago Titicaca. Pero como este post se ha alargado más de la cuenta, os contaremos el resto más adelante.
Como resumen de la aventura, ha sido algo espectacular y que tardaremos mucho tiempo en olvidar, aunque os confesaremos que todos estábamos contentos de volver a la civilización… Y como consejo para todos los que viajéis a Rurrenabaque y deseéis hacer alguno de los tours, os aconsejamos elegir una compañía que, aunque sea algo más cara, se preocupe por el medio ambiente y ofrezca un buen servicio (grupos reducidos, buena comida, etc.). ¡Mashaquipe tours altamente recomendada!
Precios medios:
Tour 4 noches jungla-pampas (todo incluído): 270 Euros
Vuelo La Paz – Rurrenabaque: 60 Euros
Noche de hotel en Rurrenabaque: 5 Euros/persona
Lavandería para 3 kilos de ropa llena de barro (y cosas peores): 3 Euros
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