Día 1
Orgullosos de haber podido comprar nuestros billetes y habernos montado en el tren correcto, llegábamos a Shanghai, la ciudad más poblada de China (nada más y nada menos que 23 millones de habitantes -9 de ellos inmigrantes- casi ná!).
Temíamos que los nombres de las paradas de metro estuvieran únicamente en caracteres chinos, y nos tocase comparar palito a palito para saber la parada correcta, pero finalmente también estaban escritas –salvo en algunos mapas- en caracteres occidentales, por lo que no nos costó demasiado trabajo llegar al hostal.
Una vez instalados en la habitación, el hambre comenzó a dejarse sentir, así que nos dirigimos caminando al barrio de Tianzifang, situado a unos 20 minutos a pie. Este barrio de casitas bajas, restaurantes “cool” (¡nada de comida china!), boutiques y tiendas de diseño, es el perfecto antídoto a los rascacielos y cadenas de restaurantes que abundan en Shanghai. No acertamos con la comida (una ensalada con dos dedos de vinagre y una pizza con mucho queso y poco sabor), pero sí con el café y la tarta de chocolate. Por si acaso, preferimos no probar ninguna de las cosas raras que vendían, como refrescos en bolsas de transfusión de sangre…
Para bajar la tarta estuvimos paseando alrededor del barrio, contemplando las casas en las que aún viven algunas familias; muchas de ellas con baños comunes, una de las razones por las que en este barrio aún se conserva cierto sentido de comunidad.
Ese día no dio lugar a mucho más; aprovechamos la tarde para relajarnos en el hostal (como de costumbre, lleno de turistas chinos).
Día 2
A la mañana siguiente, quedamos con nuestros amigos Damaris y Charlie, que habían aterrizado la noche anterior, y que se unían a nosotros durante las próximas 2 semanas.
Comenzamos el día paseando por la Concesión Francesa, en el pasado hogar de aventureros, revolucionarios, gangsters y escritores, que hoy se ha convertido en la 5ª Avenida de Shanghai, con todo tipo de tiendas de primeras marcas (¿dónde queda la China que habíamos visto en las películas?). Todo un contraste con los Hutongs (casas bajas tradicionales) que encontrábamos en algunas callejuelas cercanas.
Para relajarnos y huir de las hordas de personas que encontrábamos por la calle acudimos a los jardines de Yuyuan, que se suponía, según la guía, eran un oasis de paz y tranquilidad dentro de la ciudad. Tenemos que asumir que la persona que escribió la guía no acudió en verano, porque prácticamente no dejamos de esquivar a gente en todo momento; la paz y tranquilidad tendrían que esperar un poco más.
Para no tener sustos en el menú, decidimos acudir a un restaurante vegetariano. Aunque no disponía de carta en inglés, sí que tenía una muestra de productos en el mostrador, así que sólo teníamos que señalar para pedir lo que queríamos comer.
Para la sobremesa paseamos por el Bund, un barrio a orillas del río Huangpu, desde donde se podía contemplar la parte más nueva de la ciudad, situada en la otra orilla.
Cruzamos el río a través del túnel subterráneo que une ambas orillas, comunicadas por un tren sin conductor. Si no habéis utilizado este túnel, no queremos arruinar vuestra experiencia desvelando el misterio; tan sólo diremos que un cartel presume de ser el primer túnel del mundo que hace a la vez funciones de transporte y entretenimiento.
Con un billete combinado, pudimos cruzar al otro lado y subir a la planta 100 del Shanghai World Financial Center, edificio que recuerda a un abrebotellas. Contemplando la ciudad a 492 metros de altura, muchos de los edificios que antes nos parecían inmensos, ahora parecían minúsculos.
Para cuando llegamos arriba, ya se había puesto el sol, y las vistas que ofrecía el edificio sobre Shanghai eran impresionantes. Si estáis por allí, no dejéis de visitarlo!
Al bajar comenzó la ardua tarea de buscar un restaurante. No eran mucho más de las 22, pero por aquel entonces muchos restaurantes habían cerrado. Finalmente comimos algo en un centro comercial y, agotados, nos dirigimos al hostal a descansar. No habíamos contado los kilómetros recorridos ese día, pero con toda seguridad eran más de 20.
Día 3
Aunque los chinos suelen tomar para desayunar comida similar a la que comen el resto del día, a nosotros aún nos cuesta asimilar esa costumbre, así que nos compramos unos croissants y unos cafés para llevar. Caminando, llegamos a la Plaza del Pueblo (nada que ver con lo que en España conocemos como plaza del pueblo; aquí no había iglesia, bar ni estanco), donde estuvimos paseando por los alrededores.
También aprovechamos para visitar el lugar del Primer Congreso Nacional del CCP (Partido Comunista Chino), fundado en el año 1921, un lugar “sagrado” para el comunismo chino. Al buscarlo en la guía, aparecía una de las palabras más apreciadas por los mochileros: “Gratis” (tan sólo había que enseñar el pasaporte para entrar). En este lugar se fundó el partido Comunista Chino, y aunque tiene un punto de propaganda, no deja de ser un lugar muy interesante para visitar (¡y gratis!).
Como aún teníamos agujetas, por la tarde acudimos a probar el masaje chino. Sólo dos palabras: ¡qué dolor! No sabemos si habíamos dicho algo inapropiado a las masajistas, porque se pasaron las 2 horas haciéndonos sufrir, incluso caminando encima de nuestro ya maltrecho cuerpo y tirando de nuestras extremidades.
Para olvidarnos de los golpes sufridos (hay que reconocer que una vez pasado el trago, uno se queda relajado), acudimos de nuevo al barrio de Tianzifang. Acudimos a un restaurante indio que aceptó servirnos a cambio de que a las 22 horas hubiésemos acabado (para asegurarse, 15 minutos antes apagaron la música y nos trajeron la cuenta sin haberla pedido; ¿sería una indirecta?).
Día 4
Tras un nuevo madrugón –para no variar- nos dirigimos en un tren a Suzhou, un “pueblecito” de más de un millón de habitantes (pequeño para los estándares chinos). Conocida como “la Venecia del Este”, por esta ciudad circulan varios canales, y dispone de un centro histórico razonablemente bien conservado, además de varios lugares para toma café y té. Bajo un sol abrasador, recorrimos a pie todo el centro de la ciudad, y cerramos la visita subiendo a lo alto de una pagoda de 8 pisos, desde lo alto de la cual se podían divisar los rascacielos en construcción y una nube gris, seguramente una mezcla de contaminación y vapor.
Día 5
En metro nos dirigimos a la estación de tren, para viajar hacia Beijing. Esta vez habíamos hecho los deberes, y nos habíamos comprado los billetes (también el de salida de Beijing) con antelación, lo cual fue todo un acierto porque nos ahorró tiempo y empujones a la hora de hacer cola. Además, el tren iba lleno por lo que de haber esperado al último momento puede que nos hubiéramos quedado sin sitio.
Como idea general de Shanghái, nos llevamos una ciudad moderna, de contrastes, llena de tiendas de lujo, Starbucks en cada esquina y mucha, mucha (¡mucha!) gente. No en vano, esta es una de las ciudades más densamente pobladas de toda China.
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