Nuestra primera toma de contacto con la cultura china fue en el aeropuerto de Chiang Mai. Al llegar a la cola de facturación, descubrimos que, aparte de otra pareja, éramos los únicos “guiris” en el vuelo; el resto eran todos chinos (Hangzhou, nuestro destino, no es un lugar al que viajen muchos turistas extranjeros, aunque sí un lugar popular entre los propios chinos).
Pero sigamos con nuestro relato: poco tardamos en darnos cuenta que nada más colocarnos en la fila, se nos colaron dos personas. “Bueno, quizás no se habían dado cuenta que la cola continuaba por aquí –hacía una curva a nuestra altura-”, pensamos nosotros. Poco tardamos en darnos cuenta de cómo funcionan las colas en China: gente que intenta colarse (con más o menos disimulo), una señora mayor que no paraba de gritar a todo el mundo… Y lo más curioso de todo: en el instante en que habilitaron un nuevo mostrador para la facturación (inicialmente había sólo uno), decenas de personas se abalanzaron a la velocidad del rayo para colocarse en la nueva fila, mientras a nosotros sólo nos daba tiempo a mirarnos e intentar asimilar lo que estaba pasando…
Aparte de eso y algunos retrasos en la facturación por diversos motivos –grupos grandes que entregaban montones de pasaportes a la vez, otros que iban a pesar sus maletas y rehacían contenidos y bultos- el vuelo transcurrió sin mayores incidentes.
Al aterrizar, y tras pasar los controles pertinentes, un señor con malas pulgas nos indicó a la otra pareja de extranjeros y a nosotros, que debíamos pasar por una cola especial para inspección de equipajes (¡aún no entendemos cómo se dieron cuenta, sin siquiera mirar nuestros pasaportes, que no éramos chinos!). La inspección no fue demasiado exhaustiva (más teatro que otra cosa), y el único momento de tensión llegó a la hora de explicar al inspector dónde se encontraba Suecia; finalmente conseguimos aplacar su curiosidad con un “cerca de Alemania”. Por España no preguntó, así que asumimos que sabía por dónde quedaba…
Como ya era tarde (cerca de las 23:00), en lugar del autobús decidimos coger directamente un taxi. Por suerte, llevábamos los deberes hechos y teníamos un papelito con la dirección del hotel escrita en chino; de no haberlo hecho había sido imposible llegar, ya que lo único que el taxista sabía decir en inglés era “ok” y “no problem”.
Durante los 30 km. que separan el aeropuerto de la ciudad, el conductor – que iba en bermudas- iba dando regularmente unos sorbos a un bote que contenía un líquido con unas hierbas con pinta de no pasar un control de aduanas. No obstante, y aunque a fecha de hoy aun no lo hemos confirmado, parece ser únicamente té verde (hemos visto muchas personas con su botecito de té en la mano en cualquier lugar).
El encargado del turno de noche del hostal tampoco hablaba nada de inglés, así que utilizando nuestro mejor lenguaje corporal hicimos el check-in y conseguimos dos botellas de agua… Llevábamos poco más de una hora en china y ya habíamos tenido problemas para hacernos entender; ¿mejoraría la cosa en las 4 semanas que tenemos por delante?
En las opiniones del hostal, y en la propia recepción, habíamos leído que junto al hostal había una guardería, y que de 8 a 9 de la mañana los niños salen al patio a hacer ruido y alboroto; ¿o quizás ponía ejercicio? En cualquier caso los niños chinos deben estar de vacaciones porque nadie nos despertó al día siguiente… Tras un desayuno que no entrará en nuestra lista de favoritos (entre otras cosas, el pan era dulce), nos dirigimos a la principal atracción de Hangzhou, el “West Lake”, un lago con un paseo alrededor de unos 10 kilómetros.
Aunque lo típico es alquilar unas bicicletas para recorrerlo, decidimos ir a pie hasta poder contrastar el estilo de conducción en China. Entre el intenso calor y las múltiples paradas para hacer fotografías, la ruta alrededor del lago nos llevó casi todo el día.
No tardamos en descubrir que el hecho de ser prácticamente los únicos extranjeros en el vuelo era algo significativo: durante las varias horas que duró el paseo nos cruzamos con muy pocos turistas no chinos; de hecho algunas personas nos pidieron hacerse fotos con nosotros, y otros nos fotografiaban, con bastante poco disimulo, con sus móviles. Hangzhou es un destino habitual para parejas chinas en luna de miel, pero asumimos que no debe ser muy común ver a una sueca y un español paseando por allí…
A eso del mediodía, cuando el hambre empezó a dejarse sentir, nos acercamos a la zona de restaurantes. En uno de los que estaban recomendados en la guía, había una cola de unas 20 personas esperando, así que nos aventuramos en uno que, a simple vista, parecía limpio pero no demasiado chic. De nuevo tuvimos que usar lenguaje corporal para conseguir una mesa para dos. Hasta ahí todo bien; el momento duro llegó cuando vimos la carta: ¡todo en chino! Ni una sola letra occidental… ¿Y cómo salimos de esa, os preguntaréis? Pues, de nuevo, habíamos hecho los deberes. Llevábamos un papelito que dice (o eso creemos): “Comida Vegetariana”. Señalando a una de las fotos del menú que parecía algún tipo de verdura, y pidiendo “rice” (eso sí lo entendieron), tuvimos nuestro primer encuentro con la comida china.
Según nuestra Lonely Planet, la mayor parte de los platos en China tienen algo de carne. Además, la carne se asocia a la virilidad, por lo que no estoy seguro lo que pensarán de mí cuando vaya por ahí con mi cartelito de “comida vegetariana”…
Con un poco más de expresión corporal conseguimos que el camarero nos indicase el camino al baño. A punto estuve de hacer un gesto algo más escatológico para que pudiera entenderme (la palabra “toilet” no le decía nada), pero en un momento de lucidez decidí hacer un gesto de lavarme las manos, y parece que funcionó, ya que señaló hacia un pasillo, manteniendo mi dignidad intacta (o casi).
Todo sigue indicando que vamos a tener algunos problemas de comunicación durante estas 4 semanas, así que estamos decididos a aprender algunas palabrillas de chino (por ahora no hemos pasado del Ni hao –hola- y Xie xie – gracias.
Tras el paseo alrededor del lago estábamos tan cansados que volvimos al hostal a dormir una ibérica siesta para reponernos del esfuerzo (tanto físico como mental). Una vez bajó el sol, salimos de nuevo en dirección a una calle peatonal que, según la guía, tenía varias tiendas y lugares para comer algo.
En el mercadillo vimos todo tipo de objetos para comprar: algunos con luces y colores ya los habíamos visto en España; otros eran realmente novedosos.
Llegados a la calle de la comida nos tocó –lo habéis adivinado- señalar a algo que parecían tallarines con verduras, además de otro plato con –y aquí nos la jugamos un poco más- algo que parecía berenjena rebozada. Al lado nuestro, la gente degustaba todo tipo de platos irreconocibles, y lo que parecía ser el plato estrella, pinchos de cangrejo frito.
Como teníamos el espíritu aventurero a flor de piel, de postre pedimos, en otro puesto, algo que asumimos sería un batido de fresa. Esta jugada salió bastante mejor, porque el batido, aunque lejos de los deliciosos smoothies de Chiang Mai, era muy refrescante.
Esa misma noche, de camino a la zona del mercado, vimos a bastantes personas (sobre todo mujeres mayores) bailando una coreografía en el parque, algo que parece ser bastante habitual por aquí (eso, y gente que se pone a cantar con su micrófono y un casette, también en los parques). Al menos no podremos decir que los chinos no son gente activa!
Tras un día repleto de impresiones, y de comprobar que los precios en China son bastante más altos que en sus países vecinos (al menos los que habíamos visitado), nos metimos en la cama deseando que los niños de la guardería siguieran de vacaciones y no nos despertaran por la mañana: para vuestra tranquilidad os podemos contar que nadie, aparte del sol en los ojos, nos despertó al día siguiente.
Una vez tomado el pertinente desayuno, nos dirigimos en autobús (lo habéis adivinado, llevábamos el nombre de la línea y el destino apuntados en un papelito) al templo de Lingyin, el templo budista más famoso de Hangzhou. Allí pudimos comprobar que el fervor religioso en China es muchísimo menor que en otros países de alrededor. Aquí la mayoría de visitantes venía a hacer fotos con su smartphone antes que a rezar ante la estatua de Buda.
Una vez visitadas las diferentes partes del templo, tomamos el autobús de vuelta para visitar el templo de Jinci, situado justo al lado de nuestro hostal, y que según nuestra guía tenía un restaurante vegetariano (a estas alturas ya nos habíamos dado cuenta que tanto encontrar opciones vegetarianas como hacernos entender con los camareros iba a ser complicado). Por desgracia, lo que parecía ser el restaurante estaba cerrado por reformas, y sólo conseguimos que un señor en una esquina del templo nos vendiese un filete de tofu en una bolsa de plástico, resguardados bajo un tejado porque llovía a cántaros… Definitivamente, nuestra relación con la cocina china no había comenzado con buen pie!
Por la tarde salimos de nuevo a pasear por el lago y a contemplar la puesta de sol. Nos repusimos con una buena cena (menú en inglés, ¡aleluya!) y nuestro primer helado en China; este sí, delicioso!
Esto fue lo que dieron de sí las 3 noches en Hangzhou, cuyo highlight es, sin duda alguna, el fotogénico lago situado en el centro de la ciudad. Nos llevamos en la mochila unas bonitas fotos y haber recuperado la (ya casi olvidada) sensación de ser prácticamente los únicos extranjeros.
A la mañana siguiente, ya sólo nos quedaba una última misión: conseguir un billete de tren con destino Shanghai. Un taxi nos dejó en la estación, y allí, tras colocarnos en 3 filas diferentes, conseguimos al fin nuestros billetes de tren. Aunque eran de segunda clase, ¡nos pareció un vagón excelente! Tan sólo una hora más tarde (el tren alcanzaba velocidades de más de 300 Km/h), llegábamos a la misteriosa Shanghai, la perla del Este. En unos días tendréis nuestras impresiones. Como siempre, ¡seguiremos informando desde aquí!
Las 5 cosas que más nos han sorprendido (hasta ahora) de China. Sin ningún orden en particular:
1. La obsesión de los chinos por llegar los primeros en todas las colas
2. Los peinados “macarrillas” que hacen a muchos niños (la palma se lo lleva uno con un corte de pelo con el logo de Apple)
3. Por qué muchos hombres caminan con la camiseta subida, enseñando la barriga
4. A diferencia de muchos otros países que hemos visitado, la mayoría de gente que se aloja en los youth hostels son chinos, y no extranjeros.
5. Las coreografías y bailes que hacen al aire libre en los parques
Precios medios
Taxi del aeropuerto al centro (30 Km.): 17 Euros
Entrada al templo de Lingyin: 7 Euros
Autobús urbano: 25 céntimos
Filete de tofu poco suculento: 60 céntimos
Por Pilar Iniesta:
Magnífico relato!!! Espero, con entusiasmo, el de vuestras aventuras en Shanghai. Muchos abrazos
Por Hanna:
Hola Pili! Gracias por tu comentario! Seguimos informando desde aquí! Un beso muy fuerte
Por Kaj och Agneta:
Hej Hanna och Raul
Intressant att höra från er resa och se era fina foton. Idag har vi haft
60-årskalas för Kaj. Trevligt och god mat. Gunilla och Nicke kommer på fredag och är med på den större festen på lördag. Hälsa till Damares och Charlie.
Ha en fortsatt fin resa i Kina, Vietnam etc.
Många hälsningar och en stor kram från Neta och Kaj.
Por Hanna:
Hej Neta och Kaj!! Tack för era komentarer!! Hoppas ni hade en bra fest! Manga kramar fran Hanna och Raul