25- 30 de noviembre de 2011
De la bonita ciudad de Luang Prabang nos dirigimos a la capital de Laos, Vientiane, a casi 400 km al sur. El viaje se hace muy largo… lo que se suponía que eran 9h se convirtieron en 11h, casi sin paradas y sobre una carretera con muchas curvas y baches.
Llegamos a Vientiane por la noche y no encontramos alojamiento, situación que no nos ha ocurrido casi nunca. Tras media hora preguntando en hostales (todos dicen que “full”) encontramos un sitio poco alegre, pero en el que sí tienen una habitación libre. Quizás porque nos gusta tan poco el hotel, o porque no hay muchas cosas que ver, nos quedamos en la ciudad sólo 2 noches. Con sus 200.000 habitantes, no parece la capital de un país, más bien una ciudad provincial, pero es agradable para pasear a la orilla del Mekong o comer en alguno de los muchos restaurantes.
Nuestro siguiente destino son las cuevas de Kong Lor, situadas en un valle bastante remoto. En principio parecía complicado llegar allí, pero tenemos suerte y encontramos un autobús público que va directo (con parada en cada aldea, los 200 km se hacen en 7h…). Cogiendo autobuses públicos siempre se aprenden muchas cosas del país:
1. Las cosas extrañas que la gente se lleva cuando van “al pueblo”. Por ejemplo: cientos de ladrillos, decenas de barras de pan de panaderías en Vientiane (luego nos enteramos que estás son para los “falangs” ya que la gente allí no sabe hacer pan, y tampoco lo come), un montón de ollas de varios tamaños, pollitos en una jaula y ¡hasta una moto!
2. La vida en la carretera es dura: los autobuses laosianos hacen muy pocas y demasiado rápidas paradas para nuestro gusto, y nunca hay servicios (las chicas tenemos que buscar algún arbusto).
3. Los problemas mecánicos son frecuentes; estuvimos parados cerca de una hora mientras cambiaban una rueda pinchada.
Llegamos al pueblo de Kong Lor al atardecer y todavía tenemos que encontrar nuestro alojamiento. Es un pueblo remoto, nadie habla inglés y ni siquiera hay ni un tuk-tuk que nos pueda llevar (los tuk-tuks son omnipresentes por todo el sureste asiático y hasta pesados con su “Where you go, Mister?”). Así que empezamos a caminar entre aldeas y campos de arroz y después de media hora o así, con nuestras espaldas quejándose bastante, encontramos nuestro sitio: unas casitas de bambú al lado de un pequeño río. El entorno es precioso, y la habitación muy pero muy básica 🙂 Esa noche nos acostamos a las 21h como la gente del pueblo porque después de ponerse el sol no hay nada que hacer, y nos despertamos con el gallo a las 6.
Después de un desayuno también muy básico al lado del río nos vamos a ver las cuevas. No nos encontramos con muchos otros “falangs”, cosa que nos sorprende porque las cuevas son bastante famosas, debe ser porque están tan lejos de todo.
Las cuevas son en realidad un largo túnel de 7km por donde fluye un río muy frío y pasa por debajo de una enorme montaña. Para a verlo se contrata a un barquero que te lleva por su pequeño e inestable barquito de madera, excepto por un tramo que está un poco más iluminado y puedes caminar. ¡Menuda aventura! La única luz es la de la linterna del barquero, a veces estás sumergido en una oscuridad total, y a veces puedes vislumbrar la magnitud del túnel (con una altitud de 100m en algunos sitios recuerda a la bóveda de una catedral). Desde luego, Kong Lor se encontrará en nuestro Top 10 del sureste asiático.
Después de otra noche en nuestra casita de bambú nos vamos en tuk-tuk a la siguiente ciudad en la carretera hacia el Sur, Thakek. No tiene mucho para entretenernos pero estamos demasiados cansados para hacer otro viaje en una carretera polvorienta de Laos y ¡necesitamos una ducha caliente!
Precios medios:
Autobús Luang Prabang – Vientiane: 16 euros
Autobús Vientiane- Kong Lor: 14 euros
Viaje en un barquito por la cueva (dos personas): 11 euros
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